Historias del 2017


2017 ha sido un año lleno de historias, de acontecimientos y de noticias de interés para los que seguimos el mundo de las políticas públicas en el contexto digital. Creo que no es malo cerrarlo con un compendio de algunas de las que han ocupado este espacio. ¡Feliz 2018!

El impacto en el empleo y en las redes de seguridad de los países ante el cambio que se avecina ha sido uno de los debates del año. Al respecto, varios artículos han venido a incidir sobre las diferentes perspectivas de este crucial tema:


  • La Renta Básica Universal ha surgido con fuerza como instrumento que ayude a mitigar los efectos de la automatización en el mercado laboral. El año partía con pilotos en varios países del mundo (Finlandia, Canadá, Holanda) y ha sido pródigo en discusiones acerca de la RBU, incluido su impacto económico.

  • Creo que que los que pregonan grandes apocalipsis robóticas que terminarán con el empleo para los humanos están equivocados. Sí habrá - está habiendo - transformaciones enormes de los puestos de trabajo tal como los conocemos hoy. El gran problema, a mi juicio, es el incremento de la desigualdad que esta transformación está trayendo aparejada. El gran desacoplamiento es ya una realidad desde los años 90. O impulsamos a un cambio profundo de políticas públicas (laborales, educativas, de protección social), o quizás estemos asistiendo a la extinción de la clase media





En el entorno empresarial, 2017 también ha sido un año pródigo en historias interesantes:


  • Este ha sido el año de la definitiva irrupción de las grandes tecnológicas en los diferentes ámbitos de la actividad económica, rompiendo para siempre con las fronteras tradicionales entre sectores de actividad. La adquisición de Whole Foods por parte de Amazon, la fusión entre lo digital y lo físico, ha disparado el temor por las Frightful Five (Apple, Google, Amazon, Facebook y Microsoft).

  • La inteligencia artificial y el Big Data (junto con blockchain, el rey del hype estos últimos doce meses) parecen la solución a todos los males de la humanidad. Nadie discute su potencial, aunque hay voces que alertan y opinan que, bajo una pátina de tecnología y matemáticas semimágicas, estamos construyendo weapons of math destruction.



Por supuesto, las instituciones públicas no podían quedarse a la zaga:






También lecturas, claro. Lo que están escribiendo Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee son ya clásicos imprescindibles para entender lo que está pasando. La Segunda Era de las Máquinas es uno de mis libros de cabecera, al igual que su sucesor Machine, Platform, Crowd. Para quien prefiera escuchar a leer, la hora y cuarto que le llevará ver estas cinco charlas TED para entender el futuro que nos viene estará  muy bien invertida.

En un plano muy distinto, pero no menos interesante, ¿Por qué Fracasan los Países? invita a una reflexión sobre nuestras instituciones. Sus autores, Daron Acemoglu y James Robinson, son contundentes: "los países pobres lo son porque quienes tienen el poder toman decisiones que crean pobreza. No lo hacen bien, no porque se equivoquen o por su ignorancia, sino a propósito."


Y para terminar, un par de notas sobre Latinoamérica y el camino que necesariamente deberá recorrer para evolucionar en sus bases productivas:

  • En mayo tuve la oportunidad de participar en el primer diálogo público-privado de la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico, promovida por el BID. Un desafío apasionante que, de afrontarse con éxito, marcará una senda de transformación imparable en Chile, Perú, Colombia y México.

  • Pocas semanas después, CNN Chile me invitó a opinar sobre la economía de servicios en el futuro inmediato de Latinoamérica. En un contexto en el que la transformación digital acrecienta hasta el extremo las diferencias en productividad entre los más innovadores y todos los demás, es esencial formar las bases - de capital humano, de capital social - para abandonar de una vez por todas estructuras económicas fuertemente apalancadas en la explotación de los recursos naturales.

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Por qué la certidumbre regulatoria es un problema en la economía digital


La semana pasada vivíamos un nuevo capítulo de la encarnizada batalla legal que Uber pelea en Europa desde hace varios años. El Tribunal de la UE dictaminó que es una empresa de transporte y no un servicio digital, decisión que genera los siguientes efectos:

  • En la práctica, ninguno. En España, de donde proviene la denuncia por parte de las asociaciones del taxi, tanto Uber como Cabify operan (y podrán seguir operando) mediante licencias VTC. Incluso la tan cacareada prohibición del servicio en Londres no ha sido efectiva ni, probablemente, lo llegue a ser.

  • Los lobbies de la obsoleta industria del taxi cantan una victoria que no es tal, presionando para que se limite la liberalización de licencias, atrincherándose en sus propios intereses monopolísticos. El Estado, de momento, consiente protegiendo vía autorización administrativa oligopolios regulados ineficientes, cerrados a la competencia y que penalizan a los usuarios finales.

  • El transporte se regula al nivel nacional. Quiere decir que, en la Unión Europea, 28 países desarrollarán 28 normas distintas. Y que, en algunos como en España, gobiernos autonómicos y locales dispondrán de sus propias normas subnacionales. Una fragmentación regulatoria inmanejable, en un mercado de servicios (sean de transporte o de cualquier otro ámbito) cada vez más global y que, por tanto, demanda normas globales. La legislación europea golpea los tímidos intentos de la Comisión por establecer líneas comunes en torno a la economía P2P y su potencial de generación de empleo y crecimiento económico.


Mientras tanto, en Estados Unidos, Lyft ofrece servicios sin conductor en Boston y Google, a través de su filial Waymo, hace lo propio en Phoenix. En Europa lobbies y legisladores se empeñan en proteger los intereses establecidos; del otro lado del Atlántico, las empresas tecnológicas innovan y prueban en real el futuro presente del transporte al tiempo que startups de la movilidad florecen sin mayores trabas, sin que nadie intente ponerle puertas al campo.

En este contexto, no es de extrañar que en la carrera digital el ganador sea Estados Unidos. Porque Europa es incapaz de generar un marco legal unificado que, de una vez, proteja al que arriesga a través de la innovación frente a los gigantes incumbentes. Y porque se empeña en convertir la mayor fortaleza del viejo continente - la riqueza de su diversidad cultural - en la ya citada desesperante fragmentación regulatoria. Los datos son elocuentes (Fuentes: WEF y NY Times).




Es evidente que regular la realidad vertiginosamente cambiante de la economía digital no es fácil en absoluto. Pero no es menos cierto que los esfuerzos de los gobiernos por fomentar la innovación y el emprendimiento de base tecnológica se diluyen como un terrón de azúcar en el amargo café de la legislación general y de los intereses económicos. ¿Por qué?


  • Por una parte, está la estructura en silos ministeriales de los gobiernos. La mayoría de las veces, el uno no sabe lo que está haciendo el de al lado. Con una mano se crean e impulsan agendas de fomento de la innovación y desarrollo digital que con la otra se frenan - si no se anulan - con medidas sectoriales. Esta estructura no puede funcionar en una economía en la que las fronteras entre sectores de actividad se están difuminando hasta desaparecer en no pocos casos. Estamos ya en un mundo de ecosistemas digitales que no entiende de límites administrativos.

  • Por otra, los viejos paradigmas sobre la legislación quizás deban cambiar. Es posible que la permanencia y la estabilidad, el largo plazo, ya no sean lo más conveniente. Podría ser que debiéramos empezar a entender la legislación como un proceso iterativo, imperfecto pero dinámico. La velocidad de los cambios, la inmediata escalabilidad que genera el efecto de red de la economía digital, las cada vez menores barreras de entrada a nuevos competidores invitan a asumir riesgos, a evolucionar hacia una regulación anticipatoria. Quizás haya llegado el momento de gestionar el riesgo regulatorio, en lugar de evitarlo; de cuestionar si la aplicación de principios tradicionales, como el de precaución, podría inhibir la innovación productiva de manera calamitosa.

  • En tercer lugar, los mercados regulados pueden tener sentido en determinadas circunstancias técnicas, económicas o de servicio. Pero las cosas cambian, y mucho, con la tecnología. ¿Por qué mantener cerrado un mercado para eternizar un servicio mediocre? ¿Por qué no abrirlo a nuevos competidores que, apalancándose en la tecnología, pueden incrementar sustancialmente calidad, precio y eficiencia?

  • Finalmente, con la revolución digital el foco legislativo no ha mostrado la capacidad de adaptarse. ¿De verdad lo relevante es si Uber es una plataforma digital o una empresa de transporte? Cuesta creerlo en la época del florecimiento de la inteligencia artificial, de la biotecnología, de los vehículos autónomos o de la ciberdelincuencia. Cabría pensar que el legislador deba poner algo menos de foco en las presiones de la industria hotelera contra Airbnb y prestarle más atención a cómo va a controlar los cárteles algorítmicos.



¿Y cómo se sitúa Latinoamérica en este contexto? Como indica Pedro Farías, debatiéndose entre la regulación inteligente y la burocracia. Efectivamente, las dudas e incertidumbres que afectan a Europa no están ausentes en la región. La polémica con Uber, sin ir más lejos, afecta a países como Argentina o Chile. En este último, el parlamento se encuentra tramitando una legislación específica en esta materia que, siendo una buena noticia en sí misma, arroja tantas luces como sombras.

Sin embargo, prefiero destacar la importantísima oportunidad que afronta la región. Desde las instituciones multilaterales, se están impulsando muy relevantes políticas comunes para la economía digital, desde un mercado único digital latinoamericano comparable en población al europeo - y que choca, cómo no, con la "obsolescencia" de marcos regulatorios nacionales "demasiado heterogéneos" - hasta la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico, con uno de sus ejes prioritarios enfocado a la normatividad común.

Sí, Latinoamérica enfrenta la oportunidad de quemar etapas en su competitividad evitando los errores cometidos por otros, en beneficio de su desarrollo económico y social. Pero ello pasa necesariamente  por un cambio en la mentalidad regulatoria de gobernantes y legisladores. Por que entiendan que la regulación preventiva no es el único camino, ni siquiera el mejor. Que los entornos abiertos, el apoyo a la innovación y la competencia, junto con la tecnología, son el camino para el desarrollo de la economía de la región y del futuro laboral de los latinoamericanos.

Parafraseando a Ignacio de León, quizás la mejor forma de lidiar con la economía digital es trabajar de cerca con sus actores, con la serenidad del domador de elefantes, en lugar de entrar en pánico al verlos entrar en la cristalería.

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La paradoja de la verdad en la era digital


Los recientes acontecimientos en Cataluña en torno a su proceso de independencia han puesto de manifiesto, en toda su crudeza, la crisis de información – crisis de verdad creo que es más acertado – que asola a la sociedad digital.

Como dice Alex Grijelmo, se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa. Incluso algo que admite tan poca discusión y que es tan fácilmente comprobable como el lugar de nacimiento del presidente de Estados Unidos genera controversia durante meses.


En este contexto, varios neologismos han llegado para quedarse. Fake news, posverdad, clickbait o fact-checking vienen a unirse a conceptos como cámara de eco en una dramática descripción del menú diario de desinformación de cualquier ciudadano de la calle.

Hay quien le echa la culpa a Twitter y a Facebook. Evidentemente, las redes sociales son parte del problema, pero solo parte. Son inmensas distribuidoras – que no creadoras, aunque sin duda cómplice necesario – de titulares en los que lo de menos es la verdad y lo de más los clicks, alimentadas por la limitada atención y el menor criterio que sus lectores ponemos en un contexto de inundación informativa.

Pero, en mi opinión, el meollo de la cuestión está en la deriva de los medios de comunicación – los tradicionales en su traumática reconversión y los nativos digitales –, quienes todavía no han encontrado su espacio, su formato y su viabilidad en el contexto digital.

La prensa ya no es un diseminador de noticias e información, dice Owen Jones en The Guardian. Es un sofisticado vehículo de adoctrinamiento político y lobbysmo, en defensa de los intereses de los grandes grupos económicos que los poseen, ya sean periódicos o cadenas de televisión. Es cierto, la buena información es cara. Pero la independencia es todavía más cara.

Finalmente, los propios gobiernos y los poderes políticos en general se unen a la bacanal de desinformación cada vez con más alegría. Mientras con una mano promueven políticas de transparencia, con la otra distorsionan la realidad – cuando no abiertamente mienten – en favor de sus intereses. Algunos lo hacen varias veces al día, casi cada vez que abren la boca o utilizan Twitter.


El círculo se cierra regresando a Google y a Facebook, a los gigantes digitales que los medios de comunicación sitúan en el epicentro del fenómeno: la muerte de los medios tradicionales – la televisión es casi un objeto de museo entre los millennials, solo superado por el periódico de papel – en favor del capitalismo digital y de unos modelos de negocio que fomentan el sensacionalismo, el click por el click, la viralidad por encima de la veracidad.

Infographic: Young Americans Turn Their Backs on Traditional TV | Statista You will find more statistics at Statista

Se encuentre donde se encuentre el problema, el hecho es que los medios en su conjunto moldean los términos del debate público y, en consecuencia, influyen decisivamente en los comportamientos de la sociedad. La situación no es trivial: hasta los procesos electorales en los países más desarrollados del mundo ven cuestionada su legitimidad.

No, la situación no es en absoluto trivial: está afectando a la salud democrática incluso allí donde se encuentra más consolidada.

En un nuevo artículo repasaremos qué se está haciendo o se plantea hacer para abordar este escenario de crisis de la verdad. Mientras, a modo de inmejorable epílogo, recomiendo una lectura interesantísima que retrata de maravilla la realidad de la información en nuestra década.

Juan Luis Cebrián es el Consejero Delegado del Grupo Prisa, uno de los principales grupos de comunicación en España, propietario del otrora prestigioso diario El País  o de la Cadena Ser, principal emisora de radio española. En una reciente intervención pública, ha dicho Cebrián muchas verdades. Ha alertado del impacto de la posverdad en la democracia. Dice que en Internet, convertido en un basurero de opiniones, impera la falta de rigor y la credibilidad. Indica que estamos ante un cambio fundamental en la formación de la opinión pública, que enfrenta la cada vez más difícil tarea de distinguir lo auténtico de lo que no lo es.

Pero, aun reconociendo que la prensa escrita atraviesa por una crisis terminal, sin encontrar un modelo para sobrevivir, dispara a todo cuanto encuentra – desde la pasividad del Gobierno hasta los sistemas organizados para generar desinformación y chantajes – sin el menor atisbo de autocrítica.

Que así piense quien durante 40 años ha liderado el más importante diario de España, ejemplo palpable del deterioro de los medios antes mencionado (y envuelto en una reciente polémica en cuanto a su control en una situación económica muy complicada), es a mi juicio tremendamente sintomático.

Sí, la desinformación en las redes sociales es un problema muy serio. Y la independencia de los medios, otro más grave aún. Nos enfrentamos a una paradoja: la tecnología ha hecho la información instantánea, directa y ubicua… en perjuicio de la verdad.

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La fe ciega en el Big Data ¿debe terminar?


Algorithms are opinions embedded in code. Los algoritmos son opiniones embebidas en código. Una de las muchas frases para la reflexión que deja Cathy O'Neal, la matemática y científica de datos canadiense, en su TED Talk titulada "The era of blind faith in big data must end". Una charla que invita a un análisis profundo sobre la creciente ubicuidad de los algoritmos en las situaciones más cotidianas, desde la concesión de un crédito hasta la selección de personal en cualquier empresa.


Una de las tesis que desarrolla O'Neil en su charla es que los algoritmos trasladan, consciente o inconscientemente, los prejuicios (biases) existentes en el entorno en el que se definen: desde la definición del objetivo o éxito que buscan hasta los incorporados en la data histórica de la que se nutren. Y que, por tanto, si no hacemos nada, las mujeres verán cómo nuevas barreras se interpondrán en su desarrollo profesional y las minorías raciales seguirán siendo injustamente tratadas en las ciudades estadounidenses. Estamos desarrollando, bajo una pátina de tecnología y matemáticas semimágicas, weapons of math destruction.

Es cierto, los algoritmos participan ya de las decisiones médicas en los casos más complejos. O en la determinación de si se le concede o no un seguro a una persona. Los afamados economistas del MIT Brynjolfsson y McAfee sitúan los algoritmos y el big data en el centro de la revolución que está por venir en su nuevo libro, Machine, Platform, Crowd. Mientras, Elon Musk y Mark Zuckerberg discuten sobre si es necesaria o no una regulación sobre la inteligencia artificial.


Cathy O'Neal es más práctica. Acuña términos alarmantes para sensibilizar: del lavado de dinero al lavado de datos (data laundering). Pero, al contrario que otros loquesea-escépticos, propone soluciones y ámbitos de trabajo para que algoritmos, big data e inteligencia artificial - evidente e inevitablemente elementos clave, en positivo, del futuro que nos viene por delante - se libren de prejuicios: auditoría algorítimica, integridad de la información, precisión y exactitud, efectos de largo plazo de su utilización.

Dos llamadas, dos mensajes cierran la charla. A los científicos de datos, O'Neal les pide que no pretendan ser los árbitros de la verdad. Al resto de la audiencia la conmina a exigir que los señores de los algoritmos rindan cuentas, sean transparentes, no se escondan detrás de cajas negras matemáticas.

Interesantísimo debate el que tenemos que afrontar. Yo, por si acaso, ya me he comprado la versión Kindle de "Weapons of Math Destruction".

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BioHIC, Hub de Salud de Concepción: la fuerza de la colaboración, la fuerza de la innovación


La región del Biobío, ubicada en el centro-sur de Chile, es la segunda más poblada del país – tras la Metropolitana de Santiago – con alrededor de dos millones de habitantes, de los que aproximadamente la mitad viven en su capital, el Gran Concepción, también la segunda aglomeración urbana tras Santiago.

El área portuaria de Talcahuano alberga importante industria pesada – siderúrgica y astilleros –, mientras el resto de la actividad es esencialmente pesquera, agrícola y forestal. En términos de PIB per cápita, el Biobío se sitúa en la mitad inferior de las regiones chilenas.

En este contexto geográfico y económico, durante los últimos meses se ha venido gestando una alianza público-privada en torno a la innovación tecnológica llamada a jugar un papel muy importante en la transformación del modelo productivo del Biobío. Ahora, el resultado de este trabajo conjunto se ha hecho visible.

Ayer nació BioHIC (Biobío Health Innovation Center), el Hub Digital de Salud de Concepción. Un polo de innovación abierta que aglutina, en torno al Hospital Guillermo Grant Benavente (el hospital público más grande de Chile, con mil camas y un área de influencia de dos millones de personas), a las seis universidades públicas y privadas más importantes de la ciudad, al tejido emprendedor del Biobío y a everis. Su propósito: innovar en tecnologías de la información aplicadas a la Salud para convertir al Grant Benavente en el primer hospital digital de Chile.


Con el apoyo del Ministerio de Economía de Chile a través de CORFO, BioHIC parte con el objetivo de apostar por la innovación en el sector de la salud e impulsar el ecosistema de emprendedores regional y nacional, una línea de acción más para el desarrollo productivo de industrias digitales inteligentes. Con dedicación exclusiva a desarrollos tecnológicos en el sector, se pretende que BioHIC se posicione como un polo de innovación en Salud referente para Chile y toda América Latina.

BioHIC nace con un propósito: innovar en tecnologías de la información aplicadas a la Salud para convertir al Grant Benavente en el primer hospital digital de Chile.

El Hub de Salud de Concepción es el segundo nodo de la red de polos de innovación tecnológica que everis impulsa en toda Latinoamérica, tras el Hub Digital de Temuco, proyecto exitoso que ya genera 400 empleos calificados en la Araucanía y exporta el 70% de su producción, situando a Temuco como en el centro de la economía de servicios de alto valor que trata de impulsar el Gobierno de Chile.


Ambas iniciativas tienen un punto en común, decisivo además tanto en su concepción como en su posterior desarrollo: la cooperación entre el Gobierno, la Academia y la empresa privada. Sí, por sorprendente que parezca, la triple hélice puede girar cuando existen las voluntades.

Si en Temuco la Macrofacultad de Ingeniería que conforman las universidades de La Frontera, Talca y Bío-Bío es un socio fundamental del Hub Digital, en Concepción son hasta seis entidades las que aportan su capacidad investigadora y de generación de talento: la propia Universidad del Bío-Bío, la de Concepción, la del Desarrollo, la Federico Santa María, la San Sebastián y la Católica de Concepción.

Desde el lado del Gobierno, en ambas iniciativas CORFO y los gobiernos regionales se han volcado en aunar puntos de vista y sumar fuerzas para hacer los proyectos posibles. Y en Concepción, la dirección del Hospital y de los Servicios de Salud de la región han visto la inmensa oportunidad de transformarse en beneficio último de la ciudadanía.

Multinacionales tecnológicas, pequeños emprendedores cargados de ideas e ilusión, universidades públicas y privadas, Gobierno. Todos juntos, cuando hay un horizonte y un propósito común, pueden hacer grandes cosas. Pueden convertir oportunidades en realidades de desarrollo en un entorno abierto y cooperativo. Pueden, por qué no, transformar regiones completas. ¡Éxito para BioHIC!

Amazon, Whole Foods y el temor a las Frightful Five


El pasado viernes, Amazon anunciaba la adquisición de Whole Foods por 13.400 millones de dólares. Whole Foods está lejos de ser una cadena de alimentación más: calificada como paraíso hipster, trabaja solo con alimentos orgánicos y su CEO, John Mackey, es uno de los impulsores del capitalismo consciente.

La primera reacción de los mercados no deja de ser interesante. Tras el anuncio, la acción de Amazon se disparó al alza y su valor bursátil se incrementó en 15.600 millones de dólares, lo que hace que virtualmente la operación le haya salido gratis.


En apenas un par de días se han escrito ríos de tinta sobre la adquisición. Quizás el más interesante es el de Neil Irwin en el New York Times, en el que habla del rumbo de colisión entre Amazon y Walmart: la una parte de lo virtual y camina hacia lo físico, la otra recorre el camino opuesto, tras la adquisición de compañías como Bonobos. Ambas pretenden vendernos cualquier cosa, en tiendas tradicionales o a través de la web. ¿Qué ocurrirá con la inevitable colisión?

El artículo habla de los mercados winner-takes-all (o, al menos, winner-takes-most) a los que nos lleva lo digital y de las cada vez más decisivas economías de escala. Según un informe del año pasado del Council of Economic Advisors de Barack Obama, en todas las industrias la cuota de mercado de los cincuenta mayores players se ha incrementado significativamente en los últimos quince años.

More and more businesses in the modern economy show positive returns to scale: The biggest companies have a huge advantage over smaller players. That tends to tilt markets toward a handful of players or even a monopoly, rather than an even playing field with countless competitors.

Las grandes compañías que optimicen el manejo de las cadenas logísticas podrán hacer valer esa ventaja de manera progresivamente más pronunciada, optando a vender cualquier cosa en cualquier parte del mundo. ¿Qué pasará cuando, además, la mayor parte de la fabricación pueda ser realizada por robots en la ubicación más conveniente?

Interesante, pero, ¿qué tiene que ver esto con lo público? ¿no es otro movimiento del ámbito corporativo?

Bueno, de entrada, hay quien se pregunta ya si los gigantes tecnológicos son una amenaza política y económica. Si semejante concentración de capital e información no supone o puede suponer en el corto plazo que estas compañías “capturen la economía”. Y, ojo, que el precedente de la aplicación de las normas antimonopolio a Microsoft no está tan lejano. Pero, a día de hoy, ¿debería quedar a criterio de la justicia estadounidense cualquier medida de impacto evidentemente global? ¿debería realmente ponerse algún freno a las compañías que lideran la innovación tecnológica en el planeta?

Recientemente, otro artículo del NYT bautizaba como The Frightful Five a Apple, Google, Microsoft, Facebook y Amazon. La ubicuidad de esta última empieza a ser impresionante.

We are, all of us, in inescapable thrall to one of the handful of American technology companies that now dominate much of the global economy.

Pero no se trata solamente de cuotas de mercado. El fenómeno va también de empleo. Es cierto que Amazon está creando una gran cantidad de empleo neto. Pero, al mismo tiempo, la progresiva robotización de almacenes y tiendas físicas marca el camino hacia un futuro no muy lejano en el que el 6% de la fuerza laboral estadounidense, empleada en el retail, verá peligrar su medio de vida (solo considerando a los cajeros, más de tres millones de personas afectadas).

Podemos verlo como el gran desacoplamiento, la extinción de la clase media o, en palabras de Richard Florida, el futuro de la service class. Pero lo que no podemos hacer es ignorarlo.

Sí, podría parecer que los movimientos corporativos de Amazon deberían despertar el interés de los que diseñan las políticas públicas. Antes de que sea demasiado tarde…

Historias de la semana: desde Argentina hasta Irlanda, batallas y cambios inevitables


Esta semana, el Gobierno de Argentina lanzaba un ultimátum al papel, tras haber incorporado en tiempo record a 23 ministerios y otras 50 agencias públicas a la gestión documental electrónica. Parece que la batalla contra la tiranía del papel, en Argentina, la están ganando los buenos.

Si la modernización administrativa está costando sangre, sudor y lágrimas, si tiene que vencer resistencias pasionales, entonces el rediseño radical de la acción de gobierno que traerá la progresiva implantación de las tecnologías cognitivas promete emociones intensas.

En especial por el fuerte impacto que, previsiblemente, generará en el empleo público. Cientos de miles de funcionarios del Estado en el Reino Unido o hasta 1.200 millones de horas de trabajo en Estados Unidos pueden verse afectadas por esta uberización del servicio público. Paradójico cuando, en estos tiempos de atonía macroeconómica, en países como Chile es la Administración la que tira de las estadísticas salariales y laborales.

Es posible que todavía tengamos que esperar un tiempo para que el escenario anterior empiece a manifestarse significativamente. Bastante más probable es que sea en esos espacios entre lo público y lo privado en los que veamos un progreso tecnológico acelerado: por ejemplo en los aeropuertos, sobre la base de tecnologías biométricas para la seguridad o el embarque. O en los procesos logístico-aduaneros, en los que blockchain tiene un futuro prometedor, y cuya modernización efectiva tiene una importancia clave en la economía latinoamericana.


La participación pública en los procesos de adopción tecnológica por parte del tejido productivo – además, claro está, de en los suyos propios – debe tener un efecto adicional, considerando que la innovación de punta en las tecnologías emergentes en buena medida no reside en las grandes multinacionales, sino en las startups. Si los gobiernos latinoamericanos, de una vez por todas, adoptaran prácticas de compra pública de innovación, el emprendimiento de base tecnológica recibiría un impulso indudablemente mucho mayor que con las actuales políticas de fomento. Sí, una de las claves para que la innovación privada crezca reside en la compra pública (no perdamos de vista que la compra de bienes y servicios por parte del Estado explica entre el 10% y el 15% del PIB).

Treinta y cuatro startups por cada 100.000 habitantes. 146 nuevas startups diarias. Dos de cada tres nuevos empleos en empresas tecnológicas. No es el área de la Bahía de San Francisco, no. Es un pequeño país de verdes campiñas que atrae la mayor inversión en blockchain de Europa. Pese a sus escasos cinco millones de habitantes, Irlanda es un gigante europeo de la tecnología. El tamaño no importa.

Mientras otros países centran sus esfuerzos en hacer bonitos eventos en los que parezca que hay un vibrante ecosistema de emprendedores tecnológicos, otros, como Irlanda, se dedican a crearlo de verdad.


Pero la realidad, lamentablemente, es otra en la mayoría de países. Mi abuela solía decir que “mucho ayuda el que no estorba”. Continuamente me acuerdo esa frase cuando leo noticia tras noticia sobre la patética actuación de unos gobiernos incapaces de entender que tratar de ponerle puertas al campo de la mano de los lobbies incumbentes y obsoletos no va a detener el progreso tecnológico; solo lo va a frenar en perjuicio de sus propios ciudadanos.

Un informe de la DG Grow indica que la economía colaborativa (yo prefiero llamarla economía P2P) suponía ya 4.000 millones de euros en la Unión Europea en 2015, duplicándose año a año. De mantener este ritmo, alcanzará un 6% del PIB europeo en 2020. Además, en países como Francia o Croacia, más del 10% de las personas han ofrecido servicios a través de plataformas como Uber o Airbnb. Más de una de cada diez.


Indica el Banco Mundial que, dado que las tecnologías siempre encuentran una manera de romper las barreras, las políticas diseñadas para facilitar la transición de los trabajadores desplazados hacia nuevos empleos y adaptar las instituciones del mercado laboral a las nuevas formas de trabajo son más efectivas para fomentar el desarrollo económico que las medidas regulatorias destinadas a prevenir cambios inevitables. O sea, lo de las puertas y el campo pero mucho mejor dicho.

Y hasta, quién sabe, puede que Uber se convierta en un aliado en la distribución de la carga impositiva que soportan unos y otros…

Someone traveling from a wealthy neighborhood to another tony spot might be asked to pay more than another person heading to a poorer part of town, even if demand, traffic and distance are the same


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Seis meses después... ultimátum argentino al papel


Hace unos seis meses, bajo el título Acabando con la tiranía del papel, contaba cómo el Gobierno de Argentina, partiendo de la experiencia adquirida durante la etapa de Mauricio Macri en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCABA), estaba iniciando una complicada batalla en búsqueda de la generalización del documento electrónico en la Administración Federal. Cerraba el artículo con la siguiente frase, no exenta de un mensaje crítico hacia aquellos empecinados en la reingeniería de procedimientos ad infinitum:

En fin, una experiencia merecedora de ser tomada como indiscutible referencia, por eficaz y por innovadora. Innovadora por ese foco en el documento, factor clave para terminar con la tiranía del papel. Y, de paso, con la tiranía del proceso.

Apenas medio año después, La Nación publicaba este fin de semana una nota con un titular elocuente: "Ultimátum a los organismos públicos que aún usan papel". El Ministerio de Modernización, al frente del proceso de despapelización, otorgaba un último plazo a un grupo de instituciones que todavía no se unen a los 23 ministerios y media centena de organismos descentralizados que ya emplean la gestión documental electrónica (GDE).

Y es que, pese a los rezagados, los números que acompañan al Plan de Modernización del Estado, poco más de un año después de su aprobación por decreto, son sobresalientes. Más de 1.500 expedientes incorporados a GDE, 12 millones de documentos digitales creados, por encima del millón de trámites gestionados, 85.000 funcionarios públicos usuarios del sistema, dos centenares de trámites disponibles en línea que han sido utilizados por 300.000 ciudadanos y empresas.

Otra particularidad muy relevante del proyecto de modernización argentino es la reutilización de soluciones. Además del GCABA y el Gobierno Federal, hasta siete provincias - algunas tan relevantes como Buenos Aires, Mendoza o Santa Fé - están en proceso de implantación del sistema de gestión documental electrónica, superando las tan lamentables como frecuentes barreras a la cooperación entre diferentes niveles del Estado.

Impulso político al máximo nivel, trabajo integrado entre los equipos legales y tecnológicos, y estrategia enfocada a un objetivo claro - la eliminación del papel, en detrimento en primera instancia de la optimización de procesos o de la puesta de servicios en línea - pero abordado integralmente, son las tres claves de un proceso modernizador sin parangón en Latinoamérica por su velocidad e impacto.

Citaba en el artículo anterior una frase acuñada por algunos de los integrantes del proyecto que lidera el Ministerio de Modernización, tan acertada como poética:

La reforma administrativa es una revolución paradigmática en cualquier gobierno y, como tal, siempre será pasionalmente resistida.

Bien, parece que la resistencia en la Administración Federal Argentina está siendo vencida. Aunque de vez en cuando sea necesario un ultimátum...

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La economía de servicios en el futuro inmediato de Latinoamérica


El impacto de lo digital en la competitividad es tan importante que un retraso en su adopción puede ser fatal para empresas y economías enteras, en especial en los países en vías de desarrollo. La transformación digital acrecienta hasta el extremo las diferencias en productividad entre los más innovadores y todos los demás.

Por eso, las instituciones latinoamericanas se han puesto a trabajar. La Alianza del Pacífico, con el apoyo del BID, está elaborando su Agenda Digital, que deberá ser aprobada en la próxima Cumbre de Presidentes que se celebrará en Cali el 28 de junio. Por otra parte, la CEPAL y la CAF impulsan eLAC 2018, la Agenda Digital para Latinoamérica y el Caribe. Cabría preguntarse, por cierto, si existe la necesaria coordinación entre ambas iniciativas.

Las agencias de innovación de los países que componen la Alianza del Pacífico tampoco están de brazos cruzados. Apenas hace un par de meses, se puso en marcha la Red de Agencias de Innovación InnovaAP, con el propósito de dialogar, coordinar e implementar políticas concretas para apoyar a los emprendedores e innovadores de los cuatro países.

En este contexto de transformación digital, de economías abiertas con cada vez mayor sesgo hacia los servicios, de transformación de los modelos productivos de países todavía muy apalancados en los recursos naturales, de capital humano y de capital social, tuve la oportunidad de participar en el programa E-Chile de CNN y la Fundación País Digital.

Conducido por Pelayo Covarrubias, el diálogo contó con la participación del Subsecretario de Hacienda del Gobierno de Chile, Alejandro Micco. Durante casi media hora pudimos conversar sobre los desafíos que afronta Chile en la economía de servicios y repasar algunos de los proyectos de cooperación público-privada que everis está desarrollando en diversas regiones del país.

Un placer poder formar parte de esta imprescindible discusión, que se puede contemplar íntegra en el siguiente vídeo.


A los alcaldes sí les importa la tecnología (pero aún no lo saben)


A los alcaldes estadounidenses les importa muy poco la tecnología. Y, además, cada vez les importa menos. El informe State of the Cities 2017 que elabora la NLC (entidad que agrupa a más de 1.600 ciudades norteamericanas) lo deja muy claro: la tecnología y los datos son la menor de las preocupaciones de los alcaldes y, además, desciende sostenidamente en el escalafón por tercer año consecutivo.


Si buscáramos trasladar este mismo análisis a Latinoamérica, con necesidades básicas todavía lejos de ser cubiertas en buena parte de los casos, nos encontraríamos muy seguramente con la misma cruda realidad: a los dirigentes políticos no les importa la tecnología.

¿Seguro que no les importa?

Volvamos a echarle un vistazo al gráfico anterior. La principal preocupación de los mayors es el desarrollo económico. Y, si entramos a revisar el informe, vemos que dentro de este apartado aparecen en las dos primeras posiciones la creación de puestos de trabajo y la atracción de negocios.

Entonces, si no lo he entendido mal, en el mundo de la economía digital, en el nuevo escenario laboral que perfila la segunda era de las máquinas, la preocupación es enorme por los empleos, la actividad empresarial y el crecimiento económico. Pero la tecnología solo asoma allá por el vagón de cola. No está mal.

Esta desconexión entre el poder político y la nueva realidad económica cotidiana que esculpe el desarrollo tecnológico tiene su ejemplo paradigmático en la guerra del taxi: el empecinamiento en mantener un monopolio conceptualmente obsoleto por obra de la tecnología, a cambio de no enfrentarse al ruidoso lobby que lo respalda, no impide el lento declinar de un tipo de negocio en extinción en menoscabo de la calidad de servicio que reciben los ciudadanos. Lo decía ya muy bien Roger Senserrich hace cinco años:

El patrón esencial de muchas reformas que deberíamos ver es, en esencia, muy parecido a una hipotética reforma del sector del taxi. Un grupo de interés atrincherado con ingresos protegidos que vive protegido de la competencia gracias a mala legislación. 

Si en lo casi anecdótico observamos este inmenso desajuste entre la visión del siglo XX y la realidad del XXI, no cabe extrañarse de que – en lo verdaderamente estructural y esencial – ya haya quien habla de la nueva crisis urbana: el actual modelo de ciudades en el mundo desarrollado es una fuente de tensión cada vez más relevante de desigualdad social e, incluso, de pérdida de competitividad de las naciones.

Pero el desarrollo económico es solo una de las diez mayores preocupaciones de los alcaldes estadounidenses. La seguridad ciudadana, la educación, la infraestructura para el transporte, la energía y la salud – ámbitos todos ellos que no pueden concebirse a estas alturas sin una base eminentemente tecnológica – también desvelan sus noches, mientras vehículos autónomos y robots repartidores empiezan a formar parte del paisaje urbano.


No, no es que a los dirigentes públicos no les importe la tecnología. El verdadero problema es que no saben que les importa, que les tiene que importar. Por el bien de todos, más vale que se vayan dando cuenta rápido…

Una necesaria Agenda Digital para la Alianza del Pacífico


La cumbre de presidentes de la Alianza del Pacífico celebrada en Puerto Varas (Chile) el pasado mes de julio arrojaba una excelente noticia: se establecía el mandato presidencial de elaborar e implementar una Agenda Digital de la Alianza del Pacífico.

Fruto de ese mandato, acaba de celebrarse en Santiago el Primer Diálogo Público-Privado de la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico. Dos días de intenso trabajo, intercambio de opiniones y, sobre todo, conversación constructiva en los que he tenido el privilegio de participar.

Los desafíos que tienen que afrontar los cuatro países son inmensos, a la altura de la oportunidad que supone un espacio de integración económica, social y de innovación de 220 millones de habitantes y un PIB de casi dos billones de dólares con una fuerte base cultural común.

Cuatro son los ejes programáticos en torno a los que se estructura la elaboración de la Agenda Digital:

  • La economía digital, entendida como una componente transversal indivisible de la economía global.
  • El ecosistema digital, elemento habilitante de la economía digital, con un marcado peso de la normatividad común.
  • El gobierno digital, llamado a permitir que las administraciones respondan adecuadamente y se anticipen a las necesidades de los ciudadanos.
  • Y la conectividad digital, sobre la que se sustenta todo lo anterior.

Los temas de debate fueron numerosísimos, enriquecidos por las diferentes perspectivas en juego cuando a la mesa están sentados los gobiernos, las entidades multilaterales, las asociaciones gremiales, las empresas de servicios tecnológicos, los grandes gigantes de Internet o algunos de los protagonistas de la economía P2P, como Uber o Airbnb.


Así, el mercado digital de la Alianza, el apoyo a la innovación y el emprendimiento digitales, la ciberseguridad, las grandes infraestructuras de telecomunicación, el capital humano, la neutralidad de la red, los servicios al ciudadano, los datos abiertos... todos los tópicos obligados cuando se discute sobre esta materia estuvieron presentes en el diálogo.

Más allá de los contenidos específicos de los que se dote a la Agenda y de la priorización que se otorgue a las diferentes políticas diseñadas, existen desafíos que, a mi juicio, son decisivos en el buen transcurrir de la misma.

Empezando por su diseño estratégico, que debe ser puesto al servicio del objetivo principal de la Alianza:

Impulsar un mayor crecimiento, desarrollo económico y competitividad de las economías de sus integrantes, con miras a lograr mayor bienestar, superar  la desigualdad socioeconómica e impulsar la inclusión social de sus habitantes

Es imprescindible evitar la creación de una agenda que sea la suma de agendas nacionales y que tampoco puede ser la suma de agendas temáticas en torno a los ejes programáticos definidos, ambos errores muy presentes en las políticas nacionales. La transversalidad y los esfuerzos compartidos deben tener una presencia marcada en la Agenda Digital.

Precisamente la transversalidad es otra de las claves. Transversalidad nacional y temática, como ya se ha indicado. Transversalidad público-privada, tanto en el diseño y ejecución de las políticas como en la consideración del impacto de las medidas: las fronteras entre lo público y lo privado, en el ámbito digital, son cada vez más difusas. Transversalidad temporal, en el sentido de que sean políticas de Estado, permanentes, no sujetas a los vaivenes de los gobiernos de turno.

En tercer lugar, la imprescindible armonización de normativas, políticas y estándares. Desde esquemas tributarios y medios de pago hasta regulación de servicios digitales y de creación de empresas; desde bandas de espectro y tratamiento de la privacidad, hasta espacios de cualificaciones profesionales y compras públicas de servicios.

Y, last but not least, la gobernanza de la Agenda Digital, la definición de los instrumentos multilaterales - financieros, regulatorios, institucionales - que marcarán la diferencia entre otro bonito documento y una política que pueda transformar la realidad social y económica de la Alianza del Pacífico. Un modelo de gobernanza, por cierto, en el que la presencia privada se me antoja esencial. Sin duda, un reto no menor a la vista de los cócteles institucionales asociados al desarrollo digital en alguno de los países miembros.

En fin, un apasionante desafío por delante. Un desafío que, de afrontarse con éxito, marcará una senda de transformación imparable en Chile, Perú, Colombia y México. De momento...

La renta básica universal y otras cegueras ante la transformación digital


El Centro de Estudios del BBVA publica unas interesantes Reflexiones sobre la Renta Básica Universal, política motivada por un entorno macroeconómico dominado por la desigualdad, la globalización y la transformación digital.

Ya es positivo que una de las principales entidades financieras del mundo rompa públicamente algunos mitos sobre la RBU – no, no es un invento de los populismos actuales: viene discutiéndose desde el siglo XV y, más recientemente, gente tan poco sospechosa como Milton Friedman ha considerado mecanismos similares – e incluso se atreva a manifestar claras ventajas de su aplicación, como respuesta a la creciente desigualdad y a la reducción de la participación de las rentas salariales en la riqueza.

Pero claro, el caballo de batalla para la implantación efectiva de la RBU es el coste de su implantación efectiva. El estudio del BBVA concluye que, para España, ese coste supone un 17,4% del PIB, lo que la hace inviable en el corto y medio plazo. Esto lleva al Banco a recomendar la exploración de otras políticas económicas y de bienestar antes de avanzar en la aplicación de la RBU.

No han tardado en salir respuestas contundentes a la reflexión del BBVA. Los profesores Daniel Raventós, Jordi Arcaróns y Lluis Torréns no dudan en suspender categóricamente al BBVA

Los que calculan el coste de la Renta Básica multiplicando el importe de una renta por persona por el total de potenciales perceptores serían merecedores de un cero en un examen

Según los cálculos de Raventós, Arcaróns y Torréns y su didáctica explicación, el coste real fiscal de implantar la Renta Básica Universal en España es del 3,4% del PIB, algo que la sitúa en el espacio de lo viable si la voluntad política así lo estima.

Parece que en Canadá – igual que otros de los países socialmente más desarrollados del mundo como Holanda o Finlandia – sí existe esa voluntad. Acaba de anunciarse un piloto que se desarrollará con 4.000 personas en Ontario durante los tres próximos años para evaluar los efectos de una renta básica.

Pero la ceguera de tantos ante las transformaciones sociales, económicas y empresariales que trae la digitalización no se limita, ni muchísimo menos, a las políticas macroeconómicas y fiscales. La permanente capitulación de los gobiernos ante los lobbies de los operadores incumbentes es uno de los capítulos más tristes.

Según publicaba el New York Times hace un par de semanas, detrás de la creciente regulación “anti Airbnb” en Estados Unidos está el poderoso lobby de los hoteles, la American Hotel and Lodging Association, integrada entre otros por Marriot, Hilton y Hyatt. La acción del lobby es tan indisimulada que hasta plasma en documentos su intención de “asegurar legislación integral” con “leyes fuertes” y de promover “una narrativa que fomente el control de los operadores comerciales”.

Nada al lado del episodio Uber. A las recientes prohibiciones en Italia y Argentina, ahora se suma la batalla judicial en Francia que pronto llegará a España. Los taxistas se equivocan de enemigo: en Phoenix ya circulan 600 taxis sin conductor impulsados por Waymo, respaldado por Google. Los taxistas serán innecesarios en un futuro más o menos inmediato, igual que ya lo son los conductores de camiones en las operaciones mineras. El enemigo no es Uber, es el futuro; y guste o no, el futuro es imparable.


Un futuro en lo que se refiere a movilidad urbana, por cierto, que el idealista (¿o visionario?) Elon Musk amenaza transformar con una nueva disrupción: los túneles de su The Boring Company ya se han conceptualizado en este vídeo:


La desigualdad, el futuro, el rol de lo público, las presiones empresariales. Hace unos años Joseph Stiglitz publicaba un interesante artículo, The 1 Percent´s Problem, que ofrecía una provocadora perspectiva: quizás haya que salvar al capitalismo… de los capitalistas.

[Acreditación de la imagen de cabecera]

Historias de la semana: poniendo números a los robots y descubriendo la nueva crisis urbana


“Estamos siendo afectados por una nueva enfermedad de la que algunos no han oído ni el nombre, pero de la cual se hablará mucho en los años venideros: el desempleo tecnológico”. Esto lo escribía Keynes hace casi un siglo, pero está en vigor más que nunca.

Entre visiones que van de lo apocalíptico a lo tecnoescéptico, viene muy bien el ejercicio que Daron Acemoglu y Pascual Restrepo han hecho para cuantificar el impacto en el empleo provocado por la robotización de la industria estadounidense. 670.000 puestos de trabajo destruidos entre 1990 y 2007. O, lo que es lo mismo, cada robot adicional por mil trabajadores reduce el ratio de empleo en 0,2-0,3% y el salario en 0,25-0,5%.


Como señalan los autores, incluso en las estimaciones más agresivas que hablan de que el número de robots se cuadruplique entre 2015 y 2025, el empleo se reduciría en un 2% y los salarios en algo menos de un 3%. Sin duda, un impacto enorme (la tasa de desempleo actual en Estados Unidos es del 4,7%), pero muy lejos de hacer a los humanos innecesarios.

No importa cuán precisa sea la estimación de Acemoglu y Restrepo (porque no siempre es fácil predecir lo que se viene alrededor de la tecnología). Lo que viene a reforzar, una vez más, es que el principal problema generado por la automatización no es el desempleo, sino la desigualdad.

¿Cómo hacerle frente? La solución no pasa por la resistencia a la innovación ni por el proteccionismo populista. Ni por mirar para otro lado. Pasa por prepararse y abrazar los beneficios que traen esas innovaciones. Como plantea Justin Trudeau para Canadá. O como trata de hacer Chile, impulsando la astroinformática en el desierto de Atacama o creando un hospital digital en Concepción.

Mientras tanto, hay quien sigue empeñándose en ponerle puertas al campo. Italia y Argentina, cediendo ante los lobbies y negándose a abrazar los beneficios de la innovación, han prohibido la operación de Uber en sus ciudades. Inútilmente, como el tiempo se encargará de demostrar.

Las ciudades, quizás un nuevo e inadvertido driver de desigualdad. Richard Florida, de la Universidad de Toronto está acuñando términos como New Urban Crisis o Superstar Cities, a los que inmediatamente asociamos nombres como San Francisco o Nueva York.

They are not just the places where the most ambitious and most talented people want to be—they are where such people feel they need to be.

Dice Florida que estas ciudades superestrella generan los mayores niveles de innovación y atraen a inversores de todo el mundo. Pero esto encierra una gran contradicción: mientras, efectivamente, son el motor de crecimiento económico del mundo, se convierten en lugares inasequibles para todos menos para los más pudientes.

También para reflejar esta circunstancia existen números. Los publica el World Economic Forum en este interesante artículo y se sintetizan visualmente en la siguiente figura.

Datos WEF

Así, mientras algunos piensan en la nueva crisis urbana, otros siguen alegremente publicando índices de ciudades superestrella. Las mejores para el mundo tecnológico (por cierto, con dos ciudades latinoamericanas entre las 22 seleccionadas) o las más magnéticas.  Parece que muchos no han oído hablar de la enfermedad que se nos viene: la nueva crisis urbana.