La paradoja de la verdad en la era digital


Los recientes acontecimientos en Cataluña en torno a su proceso de independencia han puesto de manifiesto, en toda su crudeza, la crisis de información – crisis de verdad creo que es más acertado – que asola a la sociedad digital.

Como dice Alex Grijelmo, se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa. Incluso algo que admite tan poca discusión y que es tan fácilmente comprobable como el lugar de nacimiento del presidente de Estados Unidos genera controversia durante meses.


En este contexto, varios neologismos han llegado para quedarse. Fake news, posverdad, clickbait o fact-checking vienen a unirse a conceptos como cámara de eco en una dramática descripción del menú diario de desinformación de cualquier ciudadano de la calle.

Hay quien le echa la culpa a Twitter y a Facebook. Evidentemente, las redes sociales son parte del problema, pero solo parte. Son inmensas distribuidoras – que no creadoras, aunque sin duda cómplice necesario – de titulares en los que lo de menos es la verdad y lo de más los clicks, alimentadas por la limitada atención y el menor criterio que sus lectores ponemos en un contexto de inundación informativa.

Pero, en mi opinión, el meollo de la cuestión está en la deriva de los medios de comunicación – los tradicionales en su traumática reconversión y los nativos digitales –, quienes todavía no han encontrado su espacio, su formato y su viabilidad en el contexto digital.

La prensa ya no es un diseminador de noticias e información, dice Owen Jones en The Guardian. Es un sofisticado vehículo de adoctrinamiento político y lobbysmo, en defensa de los intereses de los grandes grupos económicos que los poseen, ya sean periódicos o cadenas de televisión. Es cierto, la buena información es cara. Pero la independencia es todavía más cara.

Finalmente, los propios gobiernos y los poderes políticos en general se unen a la bacanal de desinformación cada vez con más alegría. Mientras con una mano promueven políticas de transparencia, con la otra distorsionan la realidad – cuando no abiertamente mienten – en favor de sus intereses. Algunos lo hacen varias veces al día, casi cada vez que abren la boca o utilizan Twitter.


El círculo se cierra regresando a Google y a Facebook, a los gigantes digitales que los medios de comunicación sitúan en el epicentro del fenómeno: la muerte de los medios tradicionales – la televisión es casi un objeto de museo entre los millennials, solo superado por el periódico de papel – en favor del capitalismo digital y de unos modelos de negocio que fomentan el sensacionalismo, el click por el click, la viralidad por encima de la veracidad.

Infographic: Young Americans Turn Their Backs on Traditional TV | Statista You will find more statistics at Statista

Se encuentre donde se encuentre el problema, el hecho es que los medios en su conjunto moldean los términos del debate público y, en consecuencia, influyen decisivamente en los comportamientos de la sociedad. La situación no es trivial: hasta los procesos electorales en los países más desarrollados del mundo ven cuestionada su legitimidad.

No, la situación no es en absoluto trivial: está afectando a la salud democrática incluso allí donde se encuentra más consolidada.

En un nuevo artículo repasaremos qué se está haciendo o se plantea hacer para abordar este escenario de crisis de la verdad. Mientras, a modo de inmejorable epílogo, recomiendo una lectura interesantísima que retrata de maravilla la realidad de la información en nuestra década.

Juan Luis Cebrián es el Consejero Delegado del Grupo Prisa, uno de los principales grupos de comunicación en España, propietario del otrora prestigioso diario El País  o de la Cadena Ser, principal emisora de radio española. En una reciente intervención pública, ha dicho Cebrián muchas verdades. Ha alertado del impacto de la posverdad en la democracia. Dice que en Internet, convertido en un basurero de opiniones, impera la falta de rigor y la credibilidad. Indica que estamos ante un cambio fundamental en la formación de la opinión pública, que enfrenta la cada vez más difícil tarea de distinguir lo auténtico de lo que no lo es.

Pero, aun reconociendo que la prensa escrita atraviesa por una crisis terminal, sin encontrar un modelo para sobrevivir, dispara a todo cuanto encuentra – desde la pasividad del Gobierno hasta los sistemas organizados para generar desinformación y chantajes – sin el menor atisbo de autocrítica.

Que así piense quien durante 40 años ha liderado el más importante diario de España, ejemplo palpable del deterioro de los medios antes mencionado (y envuelto en una reciente polémica en cuanto a su control en una situación económica muy complicada), es a mi juicio tremendamente sintomático.

Sí, la desinformación en las redes sociales es un problema muy serio. Y la independencia de los medios, otro más grave aún. Nos enfrentamos a una paradoja: la tecnología ha hecho la información instantánea, directa y ubicua… en perjuicio de la verdad.

[Acreditación de la imagen de cabecera]