La segunda era de las máquinas



Acabo de terminar de leer The Second Machine Age, de los profesores de la MIT Sloan School of Management Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, libro al que llegué casi por casualidad leyendo sobre el gran desacoplamiento.

The Second Machine Age reflexiona sobre el impacto social y económico que la acelerada digitalización y la exponencial evolución tecnológica (desde la inteligencia artificial a la robótica, pasando por los vehículos autónomos o el Internet de las cosas) está teniendo y va a tener en el corto y medio plazo.

La tesis principal del libro es que la digitalización va a generar un desarrollo económico sin parangón en la historia de la humanidad (bounty) pero, al mismo tiempo, fortísimas tensiones que aumentarán, potencialmente mucho, las brechas de desigualdad social (spread).

Utilizando la funcionalidad de subrayado del Kindle fui tomando bastantes notas durante la lectura. Al revisarlas, me pareció que con algunas de ellas – frases brillantes en muchos casos, tanto de los autores como de otros reputados economistas – se podía hacer un buen resumen del libro, que me animo a compartir en las siguientes líneas.

La primera parte, dedicada a describir las principales tecnologías que están detrás de este efecto, es probablemente la menos sugestiva, dado que la mayoría ya forman parte de nuestras lecturas cotidianas, cuando no de nuestra realidad diaria.

Quizás aquí reside, al tiempo, el interés y el desinterés del inicio: la obra fue escrita entre 2013 y 2014; entonces el vehículo autónomo estaba en sus albores, Watson no presentaba la madurez actual y Uber o Airbnb eran todavía anécdotas. En apenas tres años la evolución ha sido salvaje, lo que otorga mucha más fuerza al argumento del advenimiento de la segunda era de las máquinas.

Llega la segunda era de las máquinas. La informática y otros avances digitales están haciendo con el poder de nuestras mentes – la capacidad de usar nuestros cerebros para entender y dar forma a nuestro entorno –  lo que la máquina de vapor y sus descendientes hicieron con la fuerza de nuestros músculos. Nos están permitiendo eliminar limitaciones y llevando a un nuevo territorio.

Pero la disrupción económica que se deriva de la cada vez mayor disponibilidad y potencia de las tecnologías digitales también generará efectos adversos, especialmente sobre el empleo:

El progreso tecnológico va a dejar atrás a algunos, tal vez incluso a muchos, a medida que avanza.

Frente al habitual análisis basado en tareas intelectuales o manuales como elemento que define el colectivo de empleos en riesgo por la automatización, los autores hablan de tareas rutinarias y no rutinarias como el factor decisivo, entre otros motivos por la paradoja de Moravec, (que de momento deja a salvo a jardineros o peluqueros, entre muchos otros, y sitúa en el ojo del huracán a analistas de riesgos o contables, por citar algunos)

El descubrimiento, por parte de los investigadores en inteligencia artificial y robótica, de que, contrariamente a los supuestos tradicionales, el razonamiento de alto nivel requiere muy poca computación, pero las habilidades sensoriomotrices de bajo nivel requieren recursos computacionales enormes.

Pero la parte más interesante del libro es la central, que analiza los efectos sociales y económicos que ya se están generando. Particularmente atractivo es el debate sobre el impacto real que la digitalización tiene en el crecimiento, en contraste con las tesis del prestigioso Robert Gordon, quien considera que la actual revolución tecnológica presenta un mucho menor alcance que el que en su día tuvo la introducción de la electricidad o del automóvil.

Frente a esta posición, Brynjolfsson y McAfee piden tiempo para que la innovación pueda aprovechar el potencial exponencial de la digitalización. Y, al tiempo, cuestionan las métricas económicas actuales – principalmente el PIB – y su (in)capacidad de recoger los efectos en la economía y el bienestar del desarrollo tecnológico.

La gran ironía de la era de la información es que, en muchos sentidos, sabemos menos de las fuentes de valor en la economía que lo que sabíamos hace cincuenta años.

¿Cómo podemos medir los beneficios de servicios gratuitos que no existían a ningún precio años atrás? […] Los dólares analógicos se han convertido en centavos digitales.

[En 2013] los usuarios de Facebook pasaron alrededor de 200 millones de horas cada día en la red social, gran parte creando contenido para que otros usuarios consuman. Son diez veces más horas-persona que las que se necesitaron para construir todo el Canal de Panamá.

Lamentablemente, el bounty tiene su reverso en el spread

Los rápidos avances en nuestras herramientas digitales están creando riqueza sin precedentes, pero no hay ninguna ley económica que diga que todos los trabajadores, o incluso una mayoría de ellos, se vayan a beneficiar de esos avances.

De hecho, el incremento de la riqueza en Estados Unidos entre 1983 y 2009 fue muy grande, pero solo el 20% más rico vio incrementados sus activos; o, dicho de otro modo, el 80% de los estadounidenses no solo no se beneficiaron de ese crecimiento, sino que vieron decrementada su riqueza. Adicionalmente, la movilidad social se ha visto marcadamente reducida.

Los autores desarrollan dos conceptos muy interesantes detrás de esta situación:

  • La digitalización está impulsando mercados del tipo winner takes all, que limita a un único actor (Google en búsquedas, Amazon en retail, Facebook en medios) la captura de prácticamente todo el valor; o, en el mejor de los casos, winner takes most (Apple Store y Google Play en apps para celulares).

  • La digitalización genera tres tipos de brechas: skill biased, que favorece a los trabajadores con más capacitación; capital biased, debida a la sustitución de trabajadores por capital físico (robots, automatización); y talent biased, generada por los mercados winner takes all, y por la que altos directivos o emprendedores exitosos, que capturan todo el valor de esos mercados, obtienen remuneraciones exorbitantes.

Y, en cualquier caso, concluyen

La era de las campanas de Gauss que representaban una clase media palpitante se ha terminado. Nos encaminamos a una etapa de distribución exponencial de las oportunidades económicas.

En la tercera y última parte, Brynjolfsson y McAfee emiten una serie de recomendaciones para hacer frente a este radical cambio que estamos afrontando, de las cuales me permito destacar cuatro agrupadas según mi criterio.

Por un lado, asumir que se genera una situación de desempleo tecnológico, motivada por que el descubrimiento de medios para economizar el uso de mano de obra supera el ritmo al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo. Y, en consecuencia, explorar políticas tributarias y sociales que permitan mitigar esta situación (como la renta básica universal o el impuesto negativo sobre la renta que ya desarrollaran Friedman y Tobin en los sesenta).

En segundo lugar, educación, educación y educación. La brecha skill biased es ya una amenaza y no queda espacio para dejar las políticas educativas en segundo término.

En el futuro, tu sueldo dependerá de lo bien que trabajes con robots.

La desigualdad es una carrera entre la Educación y la tecnología, por usar una frase acuñada por Jan Tinbergen.

Necesitamos modelos digitales de enseñanza y aprendizaje. No solo una capa de tecnología sobre modelos obsoletos.

En tercer lugar, políticas que fomenten la innovación, incluyendo políticas de inmigración generosas, programas de atracción de emprendimientos (entre los que los autores destacan a Chile) o “visas de emprendimiento” como la que acaba de poner en marcha Francia.

Hay un acuerdo generalizado entre los economistas en que las políticas de inmigración generosas benefician no solo a los inmigrantes, sino a las economías de los países a los que se mudan.

Y, por último, resistir las tentaciones de proteger el status quo en perjuicio del progreso, como muchos gobiernos y legislativos están empeñándose, lamentablemente, en hacer.

Como dice Tim O’Reilly, habrá esfuerzos para proteger el pasado frente al futuro.

En fin, extraordinaria reflexión sobre el futuro que ya está aquí, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Un futuro extraordinario. De nosotros depende que sea extraordinariamente bueno o extraordinariamente dramático.

[Acreditación de la imagen de cabecera]

Educación: ¿arma arrojadiza o política de Estado?


Ayer tuve el privilegio de asistir a la cena oficial del VI Congreso del Futuro en el Palacio de la Moneda de Santiago. Privilegio por ver cómo un gobierno, encabezado por la Presidenta Bachelet, y un legislativo, con la Comisión Desafíos del Futuro del Senado al frente, se vuelcan en este gran diálogo internacional con científicos, humanistas y pensadores de primera línea mundial. Privilegio, además, por poder conversar larga y distendidamente con personas de la talla del nanotecnólogo rumano-estadounidense Mihail Roco o del experto sueco en IoT Peter Waher.


Pero (siempre hay algún pero), ayer también pude leer esta nota del BID que analiza en términos generales los resultados del informe PISA 2015 en los países de América Latina y Caribe (LAC) y que comienza con un desolador “LAC vuelve a quedarse en la cola del ranking internacional de calidad educativa”.

Entre alguna nota positiva, que también las hay, me quedo con dos conclusiones demoledoras:

  •  El 50% de los jóvenes de 15 años de la región no cuenta con los conocimientos y habilidades esenciales para participar plenamente en la sociedad. Si se incluyeran a los jóvenes de 15 años que están fuera del sistema educativo y a los estudiantes con extra edad que aún están en primaria (grado 6 o inferior) el porcentaje total de bajo desempeño aumentaría a 66%”. Dos de cada tres.

  • Y si el anterior es el presente, el futuro no es precisamente halagüeño: “Con el ritmo actual de mejora, solo algunos de los países de la región ven en el horizonte alcanzar el desempeño de la OCDE. Perú tomaría 21 años en alcanzar esta meta, mientras que a Trinidad y Tobago y Colombia les tomaría 29 años. Por otro lado, al ritmo actual de crecimiento en el nivel de desempeño, para Uruguay, México, Chile, Brasil y Costa Rica esta meta sería inalcanzable.”


El contraste entre ambas sensaciones es todavía mayor si consideramos el último par de artículos publicados en esta misma página: el desacoplamiento que ya se ha producido entre crecimiento económico y remuneración del empleo, por un lado, y la incertidumbre que se cierne sobre el empleo futuro en un contexto de fuerte incorporación de la tecnología a la actividad productiva en todo ámbito.

Incertidumbre entre la cual solo hay una certeza sólida: la brecha entre trabajadores cualificados y no cualificados se está haciendo paulatinamente mayor, a un ritmo que además acelera. Ante esto, la única respuesta posible  es una Educación cada vez mejor.

Educar a los niños para los trabajos del futuro pasa por proporcionarles un acceso temprano a una educación de alta calidad, por asegurar muy altas tasas de completitud de la educación preuniversitaria, por establecer acceso asequible a la educación universitaria (en países como Estados Unidos, se proyecta que tres de cada cuatro ocupaciones de mayor crecimiento requieren educación post-secundaria), por introducir contenidos STEM desde los niveles iniciales.

Sin embargo, no parece que esta situación haya calado en gobiernos y legislativos. Más bien al contrario, la percepción es que la Educación no es sino otra arma arrojadiza en la contienda política.

Así, la oposición de Perú ha hecho alarde de su mayoría parlamentaria censurando a Jaime Saavedra, Ministro de Educación y único sobreviviente de la primera línea del gobierno Humala, apenas unos meses después de iniciado el mandato de Pedro Pablo Kuczynski. En Chile, mientras tanto, los resultados de la prueba de selección universitaria (PSU) son vehículo de crítica cruzada entre una y otra opción política a propósito de las bondades y defectos de diseños muy concretos de los modelos respectivos.

Del otro lado del Atlántico, en España se está planteando la derogación de la vigente LOMCE, que todavía no ha sido plenamente desarrollada, culminando un delirante camino de seis leyes educativas en un dos décadas. Todo ello ante la mirada crítica de la Unión Europea, que habla de cuestionamiento del marco legal, reducción de la equidad y de un entorno desfavorable en la cooperación universidad-empresa.

En este contexto, comparto plenamente la opinión del Director de Educación de la OCDE, Andreas Schleicher, dedicadas a España pero aplicables de manera general. Por un lado, dice Schleicher,

ha habido una concentración excesiva en la legislación y las normas [que] ha desviado la atención lejos de lo único que logrará mejores resultados de aprendizaje: la calidad de la enseñanza.

Por otro, una verdad incuestionable que parece que todavía no ha calado:

La calidad de la educación nunca será mejor que la calidad de los profesores

Ojalá iniciativas como el Congreso del Futuro sirvan para visibilizar y hacer calar en la agenda política la extrema urgencia de que la Educación sea, de una vez por todas, una cuestión de Estado. La rapidísima aceleración de su impacto en la realidad laboral y social lo hace imprescindible.

Aunque, lamentablemente, me tengo que mostrar escéptico…

El gran desacoplamiento


A raíz del post sobre inteligencia artificial y renta básica universal, por un lado, y de la proliferación de noticias en los medios sobre el experimento finlandés (muy didácticamente descrito en este vídeo), por otro, he estado leyendo bastantes artículos estos días sobre el impacto macroeconómico efectivo de la economía digital, tanto en crecimiento y productividad como en empleo.

La controversia que suscita este tema es inmensa. De un lado, los tecnoescépticos, que piensan que la revolución digital todavía tiene que cumplir sus promesas en mejora de la productividad y de los empleos o que califican directamente de estafa la revolución tecnológica.

Del otro, la corriente general asume como un hecho más o menos inmediato la enorme transformación que permitirá sustituir a los humanos en la mitad de las actividades que conforman las ocupaciones laborales actuales, e incluso se cuestiona si el PIB sigue siendo un indicador válido para medir el crecimiento económico en la era digital.

En el medio, un irredento optimista digital como Barack Obama también manifiesta sus dudas

But while these innovations have changed lives, they have not yet substantially boosted measured productivity growth

Dos de las voces destacadas del grupo más entusiasta son los profesores del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, quienes ya hablan sin paliativos de la Second Machine Age. Quien quiera conocer su visión futura debería leer este su último libro, pero yo quiero detenerme aquí en algo que han constatado y que parece un hecho consolidado en la última década: el gran desacoplamiento.

El gran desacoplamiento define una circunstancia económica que se ha producido desde los noventa e intensificado durante los 2000. Pese a la adopción masiva de la tecnología en los procesos productivos y en el consumo, la economía y la productividad no crecen de manera significativamente distinta (al menos tal como las miden las métricas tradicionales) pero, sobre todo, el empleo generado y el ingreso medio se estancan o, incluso, decrecen. La gráfica es elocuente.



Y el argumento de los autores para explicar esta circunstancia, simple:

[…] digital technologies have been able to do routine work for a while now. This allows them to substitute for less-skilled and -educated workers, and puts a lot of downward pressure on the median wage. As computers and robots get more and more powerful while simultaneously getting cheaper […] this phenomenon spreads, to the point where […] employers prefer buying more technology over hiring more workers. In other words, they prefer capital over labor. This preference affects both wages and job volumes. And the situation will only accelerate as robots and computers learn to do more and more […].

Es decir, la evolución tecnológica va a tener (está teniendo) profundas consecuencias en la economía. Y quizás la más importante de todas es que, mientras el progreso digital hace crecer la economía, puede hacerlo empeorando sustancialmente la situación de algunas (o incluso de muchas) personas.

No deja de parecerme curioso que esta discusión no esté plenamente instalada en las agendas políticas y económicas, pese a que ya en 2012 Paul Krugman avisaba

…but it’s time to get started, before the robots […] turn our society into something unrecognizable

y que, hace apenas un mes, la Oficina Ejecutiva del propio Obama insistía

Aggressive policy action will be needed to help Americans who are disadvantaged by these changes and to ensure that the enormous benefits of AI and automation are developed by and available to all.

Todo esto en vísperas del inicio, la próxima semana, de la VI edición del Congreso del Futuro que impulsa la Comisión Desafíos del Futuro del Senado de Chile. Una excelente iniciativa que reúne a destacados científicos y humanistas de todo el mundo para discutir “acerca de los dilemas y desafíos que el futuro nos plantea hoy”.

Ojalá este tipo de encuentros sirvan para que los poderes ejecutivo y legislativo de las naciones se sensibilicen sobre la necesidad de anticipar todo este tipo de cambios en el diseño de las políticas públicas para, como busca el Congreso del Futuro, orientar y habilitar a nuestra sociedad para los desafíos que depara el siglo XXI.

Antes de que los robots la vuelvan irreconocible…

Inteligencia artificial y renta básica universal


Apenas empieza 2017, un año en el que vamos a asistir a apasionantes debates en torno a la tecnología y su cada vez más acelerado e importante impacto en nuestras vidas.

Uno de esos debates está ya servido desde hace un tiempo, y cobra más relevancia a la vista de informes como el que publica, en los últimos días del recién finalizado 2016, la Oficina Ejecutiva de la Casa Blanca. El documento, titulado “Artificial Intelligence, Automation and the Economy”, no tiene desperdicio de principio a fin.

El estudio reflexiona sobre el impacto que la inteligencia artificial está ya teniendo en numerosos ámbitos, desde la prestación de servicios públicos básicos hasta el desarrollo económico y, muy especialmente, el mercado laboral.

Ya desde la primera página advierte de que la AI continuará creando riqueza y expandiendo la economía estadounidense; pero también avisa: mientras muchos se beneficiarán, ese crecimiento no será a cambio de nada y vendrá acompañado de profundos cambios en las habilidades necesarias para obtener/mantener un empleo, así como de transformaciones estructurales en la economía. En consecuencia, la Administración deberá estar muy alerta para desarrollar las políticas públicas que permitan obtener aquellos beneficios al tiempo que aseguran que se distribuyen entre todos.

Responding to the economic effects of AI-driven automation will be a significant policy challenge for the next Administrations. AI has already begun to transform the American workplace, change the types of jobs available, and reshape the skills that workers need in order to thrive. All Americans should have the opportunity to participate in addressing these challenges, whether as students, workers, managers, technical leaders, or simply as citizens

Quizás a algunos lo anterior le suene a ciencia ficción o, en el mejor de los casos, a algo que tardará todavía bastante en llegar. Bien harían en revisarlo. O, al menos, en dedicarle un par de minutos a este vídeo de presentación de Amazon Go y a considerar que existen tres millones y medio de personas que trabajan como cajeros en Estados Unidos.

Por otra parte, 2017 arranca con varias de las sociedades más avanzadas del mundo – Finlandia, Canadá, Holandaaplicando pilotos de renta básica universal. Sí, de pagar incondicionalmente una determinada cantidad de dinero al mes a las personas. Trabajen o no, sean más ricas o más pobres. Suiza votó a mediados de 2016 - rechazándola - la aplicación de esta renta garantizada.

La discusión ya no es si la renta básica universal es más afín a una u otra opción política. La discusión es cuándo deberá comenzar a aplicarse y cómo deben modificarse las políticas tributarias, laborales y sociales para hacer frente a esta nueva realidad de manera sostenible.

Y cuanto antes comience el debate, con la apertura de miras necesaria, mejor para todos.

[Acreditación de la imagen]