La extinción de la clase media
Tormenta perfecta es la que se cierne sobre ese cemento
social que es la clase media, que observa cómo arrecian los vientos de la
desigualdad ante la inacción de los gobiernos. Como en la película de Petersen,
dos grandes perturbaciones de diferente naturaleza son las que se acercan a la
nave de la ciudadanía, augurando efectos devastadores en el mediano plazo si no
se toman las medidas necesarias.
Alrededor de una de ellas, los efectos sobre el mercado laboral de la automatización del trabajo,
he escrito bastante en el último tiempo. Me he referido, por ejemplo, al gran
desacoplamiento entre el crecimiento económico y los rendimientos del
trabajo, término acuñado por Brynjfolsson y McAfee, autores del muy
recomendable libro The Second Machine Age,
cuyos contenidos principales resumo en este
otro post. O a la llamada
explícita de la Administración estadounidense a reaccionar a este fenómeno con
políticas contundentes, en medio de los primeros experimentos serios de renta básica
universal.
Al menos, esta radical e inquietante transformación de las
condiciones laborales, sobre la que se está produciendo una permanente
lluvia de artículos, se sitúa ya en la primera página de las agendas
académicas y empresariales, aunque da la sensación de que no en las políticas.
Menos visible es la segunda de las tormentas, pese a que los
Estados disponen de una capacidad mucho más directa de abordarla. El que es
probablemente el instrumento más poderoso para luchar contra la desigualdad en
el medio y largo plazo, la Educación,
muestra síntomas muy preocupantes de estar produciendo el efecto contrario: una
mayor inequidad.
Sirvan como ejemplo dos países, España y Chile, en las que
la Educación es más un arma
arrojadiza partidaria que una política de Estado. El sistema educativo
español, además de producir mediocres resultados académicos, se sitúa en el pódium
europeo de la exclusión social, generando
una segregación que perpetúa la desigualdad. Por otro lado, Chile es el
país latinoamericano en el que el sistema educativo presenta un mayor índice de
desigualdad de oportunidades y que menos contribuye a la movilidad social.
En realidad, la situación general en Latinoamérica es muy
preocupante, ya que el 50% de los jóvenes de 15 años no cuenta con los
conocimientos esenciales para participar plenamente en la sociedad y la
tendencia no acompaña: al ritmo actual de crecimiento en el nivel de desempeño,
países
tan relevantes como Uruguay, México, Brasil o Chile nunca alcanzará estándares
OCDE.
Así pues, tenemos dos tormentas perfectamente
complementarias dispuestas a colisionar: un mercado laboral en el que cada vez
el nivel de cualificación demandado será mayor y un sistema educativo muy lejos
de contribuir en la dirección adecuada.
Estos dos efectos de mediano plazo son globales, aunque el
segundo mucho más acentuado en Latinoamérica que en los países desarrollados.
Lamentablemente, en nuestra región converge un tercer factor, éste de corto
plazo, que no viene sino a oscurecer el panorama.
Lo
viene advirtiendo la CEPAL desde hace mucho tiempo: Latinoamérica es la región con menor progreso en redistribución de la
riqueza durante los últimos veinte años. E insiste en
un informe de hace apenas unos meses titulado significativamente Time to tax for inclusive growth:
in just six years’ time the richest 1% in the region will have accumulated more wealth than the remaining 99%
Efectivamente, da igual el gráfico que miremos, las políticas
redistributivas latinoamericanas – políticas tributarias y transferencias –
hacen mucho menos que las de los países desarrollados por reducir la
desigualdad. A mí me gusta éste de ourworldindata.org:
Como se puede apreciar, en México y Chile, la desigualdad
antes y después de la redistribución es prácticamente la misma, en duro
contraste con los países más desarrollados. La CEPAL extiende este resultado a
otros 14 países latinoamericanos: