Historias del 2017


2017 ha sido un año lleno de historias, de acontecimientos y de noticias de interés para los que seguimos el mundo de las políticas públicas en el contexto digital. Creo que no es malo cerrarlo con un compendio de algunas de las que han ocupado este espacio. ¡Feliz 2018!

El impacto en el empleo y en las redes de seguridad de los países ante el cambio que se avecina ha sido uno de los debates del año. Al respecto, varios artículos han venido a incidir sobre las diferentes perspectivas de este crucial tema:


  • La Renta Básica Universal ha surgido con fuerza como instrumento que ayude a mitigar los efectos de la automatización en el mercado laboral. El año partía con pilotos en varios países del mundo (Finlandia, Canadá, Holanda) y ha sido pródigo en discusiones acerca de la RBU, incluido su impacto económico.

  • Creo que que los que pregonan grandes apocalipsis robóticas que terminarán con el empleo para los humanos están equivocados. Sí habrá - está habiendo - transformaciones enormes de los puestos de trabajo tal como los conocemos hoy. El gran problema, a mi juicio, es el incremento de la desigualdad que esta transformación está trayendo aparejada. El gran desacoplamiento es ya una realidad desde los años 90. O impulsamos a un cambio profundo de políticas públicas (laborales, educativas, de protección social), o quizás estemos asistiendo a la extinción de la clase media





En el entorno empresarial, 2017 también ha sido un año pródigo en historias interesantes:


  • Este ha sido el año de la definitiva irrupción de las grandes tecnológicas en los diferentes ámbitos de la actividad económica, rompiendo para siempre con las fronteras tradicionales entre sectores de actividad. La adquisición de Whole Foods por parte de Amazon, la fusión entre lo digital y lo físico, ha disparado el temor por las Frightful Five (Apple, Google, Amazon, Facebook y Microsoft).

  • La inteligencia artificial y el Big Data (junto con blockchain, el rey del hype estos últimos doce meses) parecen la solución a todos los males de la humanidad. Nadie discute su potencial, aunque hay voces que alertan y opinan que, bajo una pátina de tecnología y matemáticas semimágicas, estamos construyendo weapons of math destruction.



Por supuesto, las instituciones públicas no podían quedarse a la zaga:






También lecturas, claro. Lo que están escribiendo Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee son ya clásicos imprescindibles para entender lo que está pasando. La Segunda Era de las Máquinas es uno de mis libros de cabecera, al igual que su sucesor Machine, Platform, Crowd. Para quien prefiera escuchar a leer, la hora y cuarto que le llevará ver estas cinco charlas TED para entender el futuro que nos viene estará  muy bien invertida.

En un plano muy distinto, pero no menos interesante, ¿Por qué Fracasan los Países? invita a una reflexión sobre nuestras instituciones. Sus autores, Daron Acemoglu y James Robinson, son contundentes: "los países pobres lo son porque quienes tienen el poder toman decisiones que crean pobreza. No lo hacen bien, no porque se equivoquen o por su ignorancia, sino a propósito."


Y para terminar, un par de notas sobre Latinoamérica y el camino que necesariamente deberá recorrer para evolucionar en sus bases productivas:

  • En mayo tuve la oportunidad de participar en el primer diálogo público-privado de la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico, promovida por el BID. Un desafío apasionante que, de afrontarse con éxito, marcará una senda de transformación imparable en Chile, Perú, Colombia y México.

  • Pocas semanas después, CNN Chile me invitó a opinar sobre la economía de servicios en el futuro inmediato de Latinoamérica. En un contexto en el que la transformación digital acrecienta hasta el extremo las diferencias en productividad entre los más innovadores y todos los demás, es esencial formar las bases - de capital humano, de capital social - para abandonar de una vez por todas estructuras económicas fuertemente apalancadas en la explotación de los recursos naturales.

[Acreditación de la imagen de cabecera]

Por qué la certidumbre regulatoria es un problema en la economía digital


La semana pasada vivíamos un nuevo capítulo de la encarnizada batalla legal que Uber pelea en Europa desde hace varios años. El Tribunal de la UE dictaminó que es una empresa de transporte y no un servicio digital, decisión que genera los siguientes efectos:

  • En la práctica, ninguno. En España, de donde proviene la denuncia por parte de las asociaciones del taxi, tanto Uber como Cabify operan (y podrán seguir operando) mediante licencias VTC. Incluso la tan cacareada prohibición del servicio en Londres no ha sido efectiva ni, probablemente, lo llegue a ser.

  • Los lobbies de la obsoleta industria del taxi cantan una victoria que no es tal, presionando para que se limite la liberalización de licencias, atrincherándose en sus propios intereses monopolísticos. El Estado, de momento, consiente protegiendo vía autorización administrativa oligopolios regulados ineficientes, cerrados a la competencia y que penalizan a los usuarios finales.

  • El transporte se regula al nivel nacional. Quiere decir que, en la Unión Europea, 28 países desarrollarán 28 normas distintas. Y que, en algunos como en España, gobiernos autonómicos y locales dispondrán de sus propias normas subnacionales. Una fragmentación regulatoria inmanejable, en un mercado de servicios (sean de transporte o de cualquier otro ámbito) cada vez más global y que, por tanto, demanda normas globales. La legislación europea golpea los tímidos intentos de la Comisión por establecer líneas comunes en torno a la economía P2P y su potencial de generación de empleo y crecimiento económico.


Mientras tanto, en Estados Unidos, Lyft ofrece servicios sin conductor en Boston y Google, a través de su filial Waymo, hace lo propio en Phoenix. En Europa lobbies y legisladores se empeñan en proteger los intereses establecidos; del otro lado del Atlántico, las empresas tecnológicas innovan y prueban en real el futuro presente del transporte al tiempo que startups de la movilidad florecen sin mayores trabas, sin que nadie intente ponerle puertas al campo.

En este contexto, no es de extrañar que en la carrera digital el ganador sea Estados Unidos. Porque Europa es incapaz de generar un marco legal unificado que, de una vez, proteja al que arriesga a través de la innovación frente a los gigantes incumbentes. Y porque se empeña en convertir la mayor fortaleza del viejo continente - la riqueza de su diversidad cultural - en la ya citada desesperante fragmentación regulatoria. Los datos son elocuentes (Fuentes: WEF y NY Times).




Es evidente que regular la realidad vertiginosamente cambiante de la economía digital no es fácil en absoluto. Pero no es menos cierto que los esfuerzos de los gobiernos por fomentar la innovación y el emprendimiento de base tecnológica se diluyen como un terrón de azúcar en el amargo café de la legislación general y de los intereses económicos. ¿Por qué?


  • Por una parte, está la estructura en silos ministeriales de los gobiernos. La mayoría de las veces, el uno no sabe lo que está haciendo el de al lado. Con una mano se crean e impulsan agendas de fomento de la innovación y desarrollo digital que con la otra se frenan - si no se anulan - con medidas sectoriales. Esta estructura no puede funcionar en una economía en la que las fronteras entre sectores de actividad se están difuminando hasta desaparecer en no pocos casos. Estamos ya en un mundo de ecosistemas digitales que no entiende de límites administrativos.

  • Por otra, los viejos paradigmas sobre la legislación quizás deban cambiar. Es posible que la permanencia y la estabilidad, el largo plazo, ya no sean lo más conveniente. Podría ser que debiéramos empezar a entender la legislación como un proceso iterativo, imperfecto pero dinámico. La velocidad de los cambios, la inmediata escalabilidad que genera el efecto de red de la economía digital, las cada vez menores barreras de entrada a nuevos competidores invitan a asumir riesgos, a evolucionar hacia una regulación anticipatoria. Quizás haya llegado el momento de gestionar el riesgo regulatorio, en lugar de evitarlo; de cuestionar si la aplicación de principios tradicionales, como el de precaución, podría inhibir la innovación productiva de manera calamitosa.

  • En tercer lugar, los mercados regulados pueden tener sentido en determinadas circunstancias técnicas, económicas o de servicio. Pero las cosas cambian, y mucho, con la tecnología. ¿Por qué mantener cerrado un mercado para eternizar un servicio mediocre? ¿Por qué no abrirlo a nuevos competidores que, apalancándose en la tecnología, pueden incrementar sustancialmente calidad, precio y eficiencia?

  • Finalmente, con la revolución digital el foco legislativo no ha mostrado la capacidad de adaptarse. ¿De verdad lo relevante es si Uber es una plataforma digital o una empresa de transporte? Cuesta creerlo en la época del florecimiento de la inteligencia artificial, de la biotecnología, de los vehículos autónomos o de la ciberdelincuencia. Cabría pensar que el legislador deba poner algo menos de foco en las presiones de la industria hotelera contra Airbnb y prestarle más atención a cómo va a controlar los cárteles algorítmicos.



¿Y cómo se sitúa Latinoamérica en este contexto? Como indica Pedro Farías, debatiéndose entre la regulación inteligente y la burocracia. Efectivamente, las dudas e incertidumbres que afectan a Europa no están ausentes en la región. La polémica con Uber, sin ir más lejos, afecta a países como Argentina o Chile. En este último, el parlamento se encuentra tramitando una legislación específica en esta materia que, siendo una buena noticia en sí misma, arroja tantas luces como sombras.

Sin embargo, prefiero destacar la importantísima oportunidad que afronta la región. Desde las instituciones multilaterales, se están impulsando muy relevantes políticas comunes para la economía digital, desde un mercado único digital latinoamericano comparable en población al europeo - y que choca, cómo no, con la "obsolescencia" de marcos regulatorios nacionales "demasiado heterogéneos" - hasta la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico, con uno de sus ejes prioritarios enfocado a la normatividad común.

Sí, Latinoamérica enfrenta la oportunidad de quemar etapas en su competitividad evitando los errores cometidos por otros, en beneficio de su desarrollo económico y social. Pero ello pasa necesariamente  por un cambio en la mentalidad regulatoria de gobernantes y legisladores. Por que entiendan que la regulación preventiva no es el único camino, ni siquiera el mejor. Que los entornos abiertos, el apoyo a la innovación y la competencia, junto con la tecnología, son el camino para el desarrollo de la economía de la región y del futuro laboral de los latinoamericanos.

Parafraseando a Ignacio de León, quizás la mejor forma de lidiar con la economía digital es trabajar de cerca con sus actores, con la serenidad del domador de elefantes, en lugar de entrar en pánico al verlos entrar en la cristalería.

[Acreditación de la imagen de cabecera]