Reflexiones aleatorias en tiempos de pandemia

[Reuters - Jeenah Moon]

Es tiempo de pandemia, tiempo de quedarse en casa. Tiempo de escuchar música, de revisitar aquellas viejas películas, de leer. Tiempo, cada vez más, de ser crítico y poner criterio para escoger lo que se lee. Tiempo, sobre todo, de pensar. Y, por qué no, de escribir sobre lo que se piensa.

Queríamos autos voladores y tenemos 140 caracteres...

Esta frase que pronunció Peter Thiel en Yale es, de algún modo, el lema de los tecnoescépticos. Es realmente apasionante el debate entre estos y los tecnoutópicos en relación con el impacto efectivo de las tecnologías disruptivas en nuestra economía y, por extensión, en nuestra sociedad.

En este artículo recopilé algunas intervenciones en TED de algunos de los economistas más destacados en este debate, capitaneados por Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, de un lado, y por Robert Gordon, del otro. Setenta minutos que merece la pena invertir.

¿Pero qué ocurre en el ámbito de la salud? ¿Hemos sido capaces de aplicar las tecnologías de la información a la actividad asistencial y a la gestión de la salud pública al ritmo al que aquellas han ido evolucionando? ¿Hemos logrado mejorar nuestros sistemas de salud gracias a las indudables capacidades que aportan los sistemas de información?

La primera de las siguientes imágenes corresponde a un hospital de emergencia desplegado en Kansas en 1918 durante la epidemia de gripe que asoló el mundo. La segunda es el recinto ferial de Madrid, hoy 22 de marzo de 2020, habilitado como hospital provisional para pacientes leves de COVID-19. Hay un siglo de evolución tecnológica entre ambas fotos. Un siglo. Pero la respuesta sigue siendo la misma: más ubicaciones físicas, más camas, más médicos, más equipamiento. Una respuesta lineal frente a dos fenómenos - la extensión de la infección y la evolución de la tecnología - exponenciales.



¿Será esta crisis, por fin, el detonador de una inversión sostenida en tecnologías para la gestión de la salud que nos ayuden a llegar al siglo XXI? ¿O nos mantendremos en un estéril debate ideológico: salud privada contra salud pública?

Me gustaría pensar que el ruego, casi me parece oír el grito desesperado, de los trabajadores de los hospitales de Bérgamo - epicentro de la pandemia en Italia - será escuchado: necesitamos un plan de largo plazo para la próxima pandemia. Y añado al ruego: una inversión decidida en tecnología para afrontar los grandes desafíos de los sistemas de salud en todo el mundo: sostenibilidad económica, envejecimiento de la población o prevalencia de la cronicidad, entre otros.

Cuando el carro se ha roto, todos te dirán por dónde no tenías que haber pasado...

De entre las lecturas de estos días, me está gustando Deshaciendo Errores, de Michael Lewis. El libro recorre la vida de Daniel Kahneman y Amos Tversky, psicólogos israelíes que investigaron cómo los seres humanos emitimos juicios y formulamos predicciones en contextos de incertidumbre. Kahneman ganó el premio Nobel de Economía en 2002 (seis años después de la muerte de Tversky).

Kahneman y Tversky trabajaron desde los años setenta en los sesgos cognitivos que condicionan nuestra toma de decisiones, llevándonos a cometer errores en los juicios que emitimos. Uno de los que trabajaron inicialmente fue el sesgo de retrospección, que nos condiciona fuertemente una vez que conocemos el resultado de los acontecimientos. O sea, lo que ya decían los turcos hace muchísimo tiempo: cuando el carro se ha roto...

Añadamos al sesgo de retrospección el sesgo de confirmación y el hooliganismo político de Jason Brennan y tendremos un estupendo retrato de lo que ocurre en las redes sociales y los medios de comunicación: basura viral generada por epidemiólogos sobrevenidos y partidismos simplistas. Es la paradoja de la verdad en la era digital. Para muestra, un botón:


Hemos generado una sociedad que se ha olvidado del color gris. Todo es blanco o negro, no hay grados, no hay matices, no hay puntos de encuentro. Daniel Innerarity le ha puesto palabras a esto: "La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad."

La gestión política del desconocimiento

Otra de las lecturas de estos días es el reciente ensayo de, precisamente, Daniel Innerarity: "Una teoría de la democracia - Gobernar en el siglo XXI", teoría que traté de aplicar a la situación social que enfrenta Chile desde hace unos meses.

Innenarity pone el dedo en la llaga señalando que complejidad del siglo XXI tiene muy poco que ver con las complicaciones de la época en la que se concibieron nuestras principales nociones políticas.  Dice, acertadamente, que el problema central de nuestro tiempo es cómo adaptar nuestra venerable democracia al mundo actual sin sacrificar ninguno de sus principios. Y advierte: el futuro de la democracia depende de su capacidad de articular la creciente complejidad y desarrollar formas de gestionar unos sistemas sociales interdependientes, con propiedades emergentes y riesgos de difícil identificación y gestión.

Tenemos que acostumbrarnos a que gobernar es gestionar el desconocimiento más que el conocimiento.

Y, sin duda, sabemos mucho menos de lo que nos gustaría sobre la situación a la que nos enfrentamos con el COVID-19. Ni siquiera los mayores expertos en enfermedades infecciosas de Estados Unidos son capaces de ponerse de acuerdo en las magnitudes que debe esperar el país, incluso en algo tan próximo como los casos reales que hay ahora mismo...


Ante esta situación, creo que lo responsable es la comprensión ante la dificilísima toma de decisión que deben afrontar los gobiernos y las autoridades competentes en materia de salud. Máxime cuando estamos observando estrategia tan diferentes entre países.

Debemos ser indulgentes en el qué, sí, pero inflexibles en el cómo. No es de recibo la desconcertante  - siendo generosos en el término - gestión de la crisis que estamos observando. No hablo de Donald Trump ni de Boris Johnson, de los que no se puede esperar mucho más.

Hablo de España y el incesante baile de inconsistencias en la información entregada por unas y otras instituciones. Si no somos capaces de unificar datos básicos, ¿podemos articular una respuesta coordinada a la crisis? Si no somos capaces de ser transparentes con un dato esencial, el número de tests realmente llevados a cabo, ¿podemos reclamar confianza en la toma de decisiones?

Hablo de Chile y la dantesca situación del pasado fin de semana:
¿Están nuestros gobiernos preparados para gestionar la complejidad y el desconocimiento? Me da la sensación de que no están preparados ni siquiera para gestionar evitando la chapuza permanente.

¿Y qué pasa después?

Dentro de unas semanas - espero que las hipótesis más optimistas que hablan de estos plazos frente a las que plantean períodos de más de tres meses - la pandemia estará bajo control. Todavía no tenemos idea de a qué costo humano y económico, que en cualquier caso será muy elevado, elevadísimo.

Confío - quizás ilusamente - en que, como mencionaba más arriba, la crisis contribuya a generar un cambio radical en la manera en la que utilizamos la tecnología en los sistemas de salud. No me cabe ninguna duda de que se habilitaran las medidas económicas para que la recuperación post-pandemia sea lo más rápida posible, muy probablemente a costa de los de siempre.

Pero, ¿qué pasa con las redes y mecanismos de protección social, que van a sufrir el mismo estrés que actualmente están soportando las redes de salud? ¿Vamos a seguir planteando medidas paliativas, del tipo "más camas, más hospitales" de 1918? ¿Más subsidios condicionados, más rebajas puntuales y temporales de impuestos?

Nos encaminamos a un cambio radical de nuestro contexto laboral derivado de la digitalización de los procesos productivos. Todavía no hay acuerdo al respecto del impacto real en el empleo, pero ya es un hecho que este proceso va a ser un vector más en el incremento de la desigualdad a nivel global.

Lamentablemente, en los próximos meses nos vamos a encontrar con un "laboratorio" enorme de personas que habrán perdido sus empleos, de pequeñas empresas que habrán tenido que cerrar, de un colapso de oferta derivado del gran parón que estamos afrontado. ¿No sería este el momento de ensayar esquemas que, inevitablemente (quizás en un lustro, quizás en una década), vamos a tener que evaluar y aplicar? ¿No sería el momento de quitarnos dogmas de encima y empezar a hablar de modelos de renta básica universal o de impuesto negativo sobre la renta? ¿No podríamos, por una vez, pensar un poco en el largo plazo?