¿Para cuándo un rol protagónico de las TIC en la acción ante desastres naturales?


Los recientes acontecimientos en Chile, en forma de repentinos aluviones y devastadores incendios forestales, han puesto de manifiesto de manera evidente, una vez más, la necesidad de acelerar la acción legislativa y de gobierno para dotar al país de un sistema de gestión integral de las situaciones de emergencia.

Necesidad que es compartida por todas las naciones de la Región. En la primera década de este siglo, además de la irreparable pérdida de vidas humanas, los desastres naturales en Latinoamérica y Caribe supusieron más de 35.000 millones de dólares en pérdidas económicas. Los recientes incendios en el centro de Chile, sin ir más lejos, han causado once muertos, 7.500 personas afectadas y unos costos superiores a los trescientos millones de dólares.

Cuando hablo de un sistema integral me refiero a que abarque todas las aristas que deben manejarse, antes, durante y después de la situación excepcional: la evaluación de los riesgos y la preparación de los planes integrales de respuesta; la alerta temprana, que en caso de catástrofes naturales permite ganar minutos que son valiosísimos y pueden salvar vidas; la respuesta eficaz y coordinada una vez que la emergencia se ha producido, basada en el intercambio oportuno de información en tiempo real, no solo entre las agencias implicadas en la acción, sino también hacia la población; y la recuperación de la zona afectada tras la catástrofe, en la que la planificación es también fundamental.

Integral, también, en el sentido de que aglutine y coordine a todas las instituciones que deban intervenir en cada etapa – sean de ámbito nacional, regional o municipal –, incluyendo los agentes privados implicados cuando corresponda.

E integral incorporando todas las tecnologías disponibles para facilitar la acción de las unidades intervinientes. Redes de telecomunicación redundantes que minimicen el riesgo de caída del servicio; redes de sensores como base para el monitoreo y la alerta temprana, complementadas con algorítmica y técnicas de Big Data; sistemas cartográficos avanzados para la evaluación de riesgos, simulación de desastres, formulación de planes de respuesta y seguimiento de las intervenciones; sistemas de información masiva a la población; un centro operativo y de control que integre todas las informaciones y señales desde/hacia la zona de emergencia…

Una de las referencias destacables a nivel mundial, en este último aspecto, es la acción que Japón ha venido llevando a cabo tras el terremoto y posterior tsunami de 2011, desarrollando planes maestros en las zonas afectadas para asegurar la continuidad operativa de la infraestructura crítica – principalmente energía y comunicaciones – con un uso intensivo de la tecnología. País con el que, por cierto, varios estados latinoamericanos mantienen acuerdos para la cooperación tecnológica en diversos ámbitos, entre otros en materia de prevención de desastres.

Así, no es de extrañar que, en Perú, en el marco del fortalecimiento del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (SINAGERD) que el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski está llevando a cabo, se esté produciendo un diálogo sobre las mejores prácticas del país nipón o se apruebe por ley la implementación de un sistema de mensajería de alerta temprana (SISMATE) de características similares a la plataforma equivalente japonesa.

Las catástrofes no se pueden evitar. Pero incorporando las mejores prácticas mundiales en su gestión, aprendiendo y adoptando innovaciones de países con un mayor nivel de desarrollo tecnológico y que deban enfrentar situaciones similares, sí estaremos en disposición de minimizar sus consecuencias. Y, a la vista de las cifras expuestas al inicio, además puede salir muy barato.