Bullshit, ignorancia y democracia


En apenas un par de días han caído en mis manos un puñado de textos que, individualmente, habrían simplemente captado mi atención; en conjunto, han generado un sentimiento de desasosiego que me lleva a escribir estas líneas.

Roger Senserrich rescata en Politikon un ensayo de los años ochenta: On Bullshit, de Harry G. Frankfurt, el cual me he comprado inmediatamente. Lo hace para traer a colación la situación de mentira permanente que se ha instalado en la política estadounidense en la era Trump, acrecentada en estas semanas finales de campaña electoral, y ante la cual los medios de comunicación no saben cómo reaccionar.

El mentiroso es alguien que ha hecho un esfuerzo para saber qué es verdad; su problema es que esa verdad no le conviene. Un mentiroso está haciendo algo reprobable, pero lo hace conscientemente. Un bullshitter, por el contrario, es pura, completamente cínico. El discurso racional le importa un comino, ya que la realidad le importa un comino. Un político que base su campaña en bullshit es un político que tiene un respeto nulo por sus oponentes, la evidencia empírica o sus propios votantes. 

Probablemente, el fenómeno que apuntaba hace un par de días @politibot a partir de una encuesta de Pew Research sea un muy buen caldo de cultivo para lo anterior: los estadounidenses, especialmente los de mayor edad, tienen serias dificultades para distinguir hechos de opiniones. Por ejemplo, casi la mitad de los mayores de 50 años interpretan la afirmación "los inmigrantes ilegales en Estados Unidos son un problema muy grande para el país" como un hecho, no como una opinión. Atención a dos de los factores que identifica el estudio como raíz de esta situación:

Beyond digital savviness, the original study found that two other factors have a strong relationship with being able to correctly classify factual and opinion statements: having higher political awareness and more trust in the information from the national news media.

Por otra parte, Estudios de Política Exterior analiza las claves para la segunda vuelta de las presidenciales brasileñas de este próximo fin de semana, absolutamente esenciales para el futuro de Brasil y, por extensión, de Latinoamérica. Entre las cuatro más importantes, destaca la whatsappización de la campaña - para la difusión de bullshit presuntamente financiado por empresas privadas, que ha llevado a que la candidatura de Bolsonaro sea impugnada - y la intervención de la iglesia evangélica predicando desde los púlpitos un determinado sentido de voto.

Una de las cuestiones más problemáticas en esta campaña electoral ha sido la táctica de utilización de Whatsapp por Bolsonaro para diseminar fake-news. Las noticias falsas y la desinformación han contaminado de forma muy preocupante la esfera pública. Una campaña sucia y altamente eficaz basada en la difamación que echa por tierra las formas clásicas de hacer campaña.

En estas circunstancias, no extraña en absoluto el gráfico que publica El Orden Mundial - basado en el informe 2017 del Latinobarómetro - sobre el nivel de satisfacción de los brasileños con su democracia: poco más de uno de cada diez afirma sentirse satisfecho o muy satisfecho, mientras decide si votar a un  populista de ultraderecha que no cuestiona la dictadura (esto es opinión) o al partido al que pertenecen los dos anteriores presidentes de la república, uno en la cárcel y la otra destituida (esto son hechos). Lamentablemente, el panorama no es mucho más halagüeño en el resto de la Región, sorprendiendo la benevolencia de los ciudadanos de algunos de los países mejor calificados.


Del otro lado del Atlántico, en España llueve sobre mojado. El nombramiento de José Félix Tezanos como presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) levantó una gran polémica por su evidente militancia partidista. Casualidad o no, Tezanos decidió cambiar la metodología de estimación de intención de voto en las encuestas electorales; casualidad o no, desde entonces las encuestas otorgan un resultado a su partido mucho más favorable al consenso de las encuestas privadas, de las cuales se distancia mucho en medio de grandes críticas técnicas al nuevo método, como publica hoy El País en el artículo de Kiko Llaneras Un CIS insólito.

A la vista de estos datos, lo razonable es tomar las estimaciones del CIS con cautela. No son cifras homologables a las demás. [...] ¿Deberíamos dejar de interpretar esos datos como un intento de estimar el voto más probable de los españoles? Creo que sí. 

¿Estamos ante la mayor crisis de la democracia en su historia? ¿Están la clase política y los medios de comunicación alimentando la paradoja de la verdad en la era digital? ¿Que las políticas educativas en buena parte de los países sean más un arma arrojadiza que una política de Estado contribuye a perpetuar un contexto de ignorancia que favorece esta situación?

Una reflexión profunda acerca de las respuestas es más urgente y necesaria que nunca.

[Acreditación de la imagen de cabecera]