Ocho cosas que nos recuerda el COVID19

[Ilustración en The Economist por Stephanie Franziska Scholz]

La semana pasada escribía unas cuantas reflexiones aleatorias sobre todo lo que nos está sucediendo. Siete días después, da la sensación de que, poco a poco y con algunas notables excepciones, los países van convergiendo hacia formas de respuesta consistentes, si bien con muchísimas variantes en cuanto a la intensidad/gradualidad de las medidas. Parece también que la ciudadanía ha tomado ya conciencia y, mayoritariamente, nos estamos comportando como cabría esperar. Van a ser meses muy complicados.

Desde el encierro en nuestras casas, asistimos a cómo los acontecimientos se precipitan, a cómo la (des)información nos inunda, a cómo las reacciones nos atropellan (buena parte de ellas atropellan la razón también) generando muchos ámbitos sobre los que pensar. La pandemia está suponiendo un colosal aprendizaje acelerado para todos. Sin embargo, quizás, las claves más relevantes no están en lo que el COVID19 nos enseña, sino en aquello que tenemos delante de los ojos y que nos negamos a ver, en aquello que el COVID19 nos recuerda. Siguen algunas de esas claves, tan aleatorias como las de la semana pasada.

1. Que el hooliganismo político es nefasto para la sociedad

Me encanta el concepto de hooligans políticos que acuña Jason Brennan. Los describe así en Contra la Democracia: "son los hinchas fanáticos del mundo de la política. Tienen una visión del mundo sólida y muy establecida. Pueden argumentar sus creencias, pero no pueden explicar otros puntos de vista [...] Consumen información política, aunque de un modo sesgado. Tienden a buscar información que confirme sus opiniones preexistentes pero ignoran, evitan y rechazan [...] cualquier evidencia que [las] contradiga [...]. Sus opiniones políticas forman parte de su identidad."

Este hooliganismo nos lleva a bloques monolíticos de creencias, alineadas con nuestro equipo. Dice Brennan: "Consideremos los siguientes temas: el control de armas, el calentamiento global, cómo ocuparse de Estado Islámico, la baja de maternidad obligatoria y remunerada para las mujeres, el salario mínimo, el matrimonio homosexual, el currículo común y la quema de la bandera. Si conozco tu postura en uno de estos temas, puedo predecir con un alto grado de fiabilidad cuál es tu postura en todos los demás.”

Pues, efectivamente, el COVID19 no escapa al hooliganismo. Este gráfico, elaborado a partir de una encuesta de civiqs, me parece espeluznante. En Estados Unidos, si eres demócrata, toca preocuparse; si eres republicano, tranquilo. Muy probablemente, encuestas de este estilo en otros países arrojarían resultados similares. ¿Puede avanzar una sociedad así de polarizada?


2. Que la capacidad de los Estados es decisiva en nuestro bienestar

Me parece muy bueno este artículo de Jesús Fernández-Villaverde en El País. Pone de manifiesto, muy en línea con el punto anterior, que "Durante mucho tiempo [...] el debate de política económica se ha centrado en una dicotomía maniquea entre más y menos Estado. ¿Deben de ser los impuestos altos o bajos? ¿Deben los Estados controlar totalmente la educación y la sanidad o hay espacio para la iniciativa privada? ¿Cuánta regulación tiene que existir en el mercado de trabajo?"

Como muchas veces, nos hacemos las preguntas equivocadas. Y así es muy difícil encontrar las respuestas correctas. Lo realmente fundamental es que los Estados puedan movilizar los recursos humanos y financieros necesarios, sepan coordinar las actuaciones de los distintos grupos sociales, lideren la creación de consensos y legitimidades amplias que sustenten los objetivos. Que gestionen con base en la evidencia y abandonen los sesgos del gobierno de turno.

Es fundamental resolver la problemática de la capacidad de los Estados. Dice Fernández-Villaverde que tenemos Estados grandes, pero poco capaces (o, quizás, poco capaces precisamente por ser excesivamente grandes). Si no somos capaces de remediarlo, no será posible afrontar los grandes desafíos de largo plazo: el cambio climático, el impacto de la digitalización, el envejecimiento poblacional o la crisis democrática.

3. Que hemos fracasado con los sistemas de información en Salud

Sí, tenemos que asumirlo. El COVID-19 ha puesto de manifiesto que, en su acepción más estricta, tenemos unos nefastos sistemas de información en Salud. Quizás tengamos buenos registros médicos electrónicos; puede que hasta en algunos lugares se interopere de manera razonablemente buena. Pero no tenemos la capacidad de explotar y poner en valor esa información. Ni en el día a día asistencial ni mucho menos en una situación de pandemia.

No hay más que ver lo difícil que ha resultado operativizar la agregación de información entre las diferentes redes de salud en algunos países para proporcionar información mínimamente fiable sobre lo que está ocurriendo en la pandemia. En la mayoría de las ocasiones, la agregación se produce sobre datos con 24 ó 48 horas de antigüedad a partir de procesos manuales. Por no hablar de los diferentes criterios de codificación que se aplican incluso en redes de salud de un mismo país.

Esa ausencia de información válida y fiable provoca, en otro orden de cosas, que la mayor parte de artículos científicos que están tratando de arrojar algo de luz sobre la situación se tengan que basar en datos históricos. Si no se hubiera producido el brote de SARS en 2003, probablemente estaríamos incluso más perdidos.

4. Que los sistemas de salud se han quedado anclados en el siglo XX

Más camas, más personal sanitario, más hospitales de campaña, más ventiladores. Igual que en 1918 o que en 1968. Pese a todos los avances médicos y tecnológicos del último medio siglo, la respuesta a la pandemia ha sido, esencialmente, la misma.

Salvando todas las distancias, en la planificación ordinaria de los sistemas de salud asistimos a situaciones similares: más hospitales, más consultorios, más médicos. El resultado: sistemas de salud hipertrofiados, ineficientes e insostenibles económicamente (algo, esto último, sobre lo que se lleva clamando al menos una década: véase este informe del WEF).

Las enfermedades crónicas matan a 40 millones de personas todos los años, el 70% de todas las muertes del planeta, según la OMS. Y, en edades tempranas, afectan especialmente a los países de menor nivel de ingresos. Añadamos a lo anterior el progresivo envejecimiento de la población. La necesidad de avanzar en la integración sociosanitaria, en especial en los colectivos más vulnerables. De hacer frente a la escasez de profesionales sanitarios en un contexto de hiperespecialización.

Hay que abordar ya el cambio de modelo: no podemos seguir basándolo en modificaciones incrementales a diagnósticos y tratamientos. Hay que girar drásticamente hacia la prevención; hacia los modelos orientados a crónicos; hacia las redes líquidas que rompan las paredes de hospitales y centros de salud, incluidas las unidades de críticos, llegando hasta el hogar; hacia aplicar tecnología para dar soporte a la toma de decisiones médicas en tiempo real. Hacia, de verdad, abandonar el más de lo mismo.

No menor es la necesidad de cambio en el modelo económico. Abandonemos el debate simplista salud pública - salud privada. Vayamos al fondo. La gestión basada en producción y optimización de capacida desplegada ya no es válida. Hay que implementar urgentemente la atención médica basada en valor. Disponemos del marco para hacerlo desde hace quince años.

5. Que podemos anteponer otras prioridades a lo económico

Ha tenido que llegar un virus que está matando a decenas de miles de personas en todo el mundo para que entendamos - casi todos - que lo económico no es lo único. Que podemos orientar nuestras políticas a enfrentar otros desafíos, aunque la economía sufra.

¿Estaremos de verdad tomando nota? ¿Cabría pensar ahora, de verdad, en poner políticas en marcha para combatir la crisis climática? ¿En, de verdad, intentar transformar los esquemas de movilidad urbana para luchar contra la congestión? ¿En, de verdad, aprender de la crisis?

6. Que la Unión Europea tiene cada vez menos de Unión

Ha sido muy triste asistir al lamentable espectáculo de los países de la Unión Europea combatiendo la pandemia cada uno por su cuenta (como si los virus entendieran de fronteras), incluso limitando la exportación de material médico. Más bochornosa todavía es la disputa que se está produciendo estos días al respecto de una estrategia de recuperación económica única. António Costa, primer ministro de Portugal, lo ha dicho sin pelos en la lengua: "repugnante". Quizás debiéramos pensar en dejar de llamarla "Unión" y volver al nombre que, parece, nunca debió abandonar: Mercado Común.


7. Que parece que las vacunas sí sirven para algo

Increíblemente, todavía es necesario incidir sobre este tipo de cosas.


8. Que no debemos descartar una pandemia de analfabetismo funcional

Para mí ha sido una enorme sorpresa comprobar cómo conceptos matemáticos que entendía básicos - una curva exponencial, una escala logarítmica - se han manifestado como una maravillosa novedad para muchísima gente. Nunca sobra que nos recuerden lo importante que es la Educación.