La economía de servicios en el futuro inmediato de Latinoamérica


El impacto de lo digital en la competitividad es tan importante que un retraso en su adopción puede ser fatal para empresas y economías enteras, en especial en los países en vías de desarrollo. La transformación digital acrecienta hasta el extremo las diferencias en productividad entre los más innovadores y todos los demás.

Por eso, las instituciones latinoamericanas se han puesto a trabajar. La Alianza del Pacífico, con el apoyo del BID, está elaborando su Agenda Digital, que deberá ser aprobada en la próxima Cumbre de Presidentes que se celebrará en Cali el 28 de junio. Por otra parte, la CEPAL y la CAF impulsan eLAC 2018, la Agenda Digital para Latinoamérica y el Caribe. Cabría preguntarse, por cierto, si existe la necesaria coordinación entre ambas iniciativas.

Las agencias de innovación de los países que componen la Alianza del Pacífico tampoco están de brazos cruzados. Apenas hace un par de meses, se puso en marcha la Red de Agencias de Innovación InnovaAP, con el propósito de dialogar, coordinar e implementar políticas concretas para apoyar a los emprendedores e innovadores de los cuatro países.

En este contexto de transformación digital, de economías abiertas con cada vez mayor sesgo hacia los servicios, de transformación de los modelos productivos de países todavía muy apalancados en los recursos naturales, de capital humano y de capital social, tuve la oportunidad de participar en el programa E-Chile de CNN y la Fundación País Digital.

Conducido por Pelayo Covarrubias, el diálogo contó con la participación del Subsecretario de Hacienda del Gobierno de Chile, Alejandro Micco. Durante casi media hora pudimos conversar sobre los desafíos que afronta Chile en la economía de servicios y repasar algunos de los proyectos de cooperación público-privada que everis está desarrollando en diversas regiones del país.

Un placer poder formar parte de esta imprescindible discusión, que se puede contemplar íntegra en el siguiente vídeo.


A los alcaldes sí les importa la tecnología (pero aún no lo saben)


A los alcaldes estadounidenses les importa muy poco la tecnología. Y, además, cada vez les importa menos. El informe State of the Cities 2017 que elabora la NLC (entidad que agrupa a más de 1.600 ciudades norteamericanas) lo deja muy claro: la tecnología y los datos son la menor de las preocupaciones de los alcaldes y, además, desciende sostenidamente en el escalafón por tercer año consecutivo.


Si buscáramos trasladar este mismo análisis a Latinoamérica, con necesidades básicas todavía lejos de ser cubiertas en buena parte de los casos, nos encontraríamos muy seguramente con la misma cruda realidad: a los dirigentes políticos no les importa la tecnología.

¿Seguro que no les importa?

Volvamos a echarle un vistazo al gráfico anterior. La principal preocupación de los mayors es el desarrollo económico. Y, si entramos a revisar el informe, vemos que dentro de este apartado aparecen en las dos primeras posiciones la creación de puestos de trabajo y la atracción de negocios.

Entonces, si no lo he entendido mal, en el mundo de la economía digital, en el nuevo escenario laboral que perfila la segunda era de las máquinas, la preocupación es enorme por los empleos, la actividad empresarial y el crecimiento económico. Pero la tecnología solo asoma allá por el vagón de cola. No está mal.

Esta desconexión entre el poder político y la nueva realidad económica cotidiana que esculpe el desarrollo tecnológico tiene su ejemplo paradigmático en la guerra del taxi: el empecinamiento en mantener un monopolio conceptualmente obsoleto por obra de la tecnología, a cambio de no enfrentarse al ruidoso lobby que lo respalda, no impide el lento declinar de un tipo de negocio en extinción en menoscabo de la calidad de servicio que reciben los ciudadanos. Lo decía ya muy bien Roger Senserrich hace cinco años:

El patrón esencial de muchas reformas que deberíamos ver es, en esencia, muy parecido a una hipotética reforma del sector del taxi. Un grupo de interés atrincherado con ingresos protegidos que vive protegido de la competencia gracias a mala legislación. 

Si en lo casi anecdótico observamos este inmenso desajuste entre la visión del siglo XX y la realidad del XXI, no cabe extrañarse de que – en lo verdaderamente estructural y esencial – ya haya quien habla de la nueva crisis urbana: el actual modelo de ciudades en el mundo desarrollado es una fuente de tensión cada vez más relevante de desigualdad social e, incluso, de pérdida de competitividad de las naciones.

Pero el desarrollo económico es solo una de las diez mayores preocupaciones de los alcaldes estadounidenses. La seguridad ciudadana, la educación, la infraestructura para el transporte, la energía y la salud – ámbitos todos ellos que no pueden concebirse a estas alturas sin una base eminentemente tecnológica – también desvelan sus noches, mientras vehículos autónomos y robots repartidores empiezan a formar parte del paisaje urbano.


No, no es que a los dirigentes públicos no les importe la tecnología. El verdadero problema es que no saben que les importa, que les tiene que importar. Por el bien de todos, más vale que se vayan dando cuenta rápido…

Una necesaria Agenda Digital para la Alianza del Pacífico


La cumbre de presidentes de la Alianza del Pacífico celebrada en Puerto Varas (Chile) el pasado mes de julio arrojaba una excelente noticia: se establecía el mandato presidencial de elaborar e implementar una Agenda Digital de la Alianza del Pacífico.

Fruto de ese mandato, acaba de celebrarse en Santiago el Primer Diálogo Público-Privado de la Agenda Digital de la Alianza del Pacífico. Dos días de intenso trabajo, intercambio de opiniones y, sobre todo, conversación constructiva en los que he tenido el privilegio de participar.

Los desafíos que tienen que afrontar los cuatro países son inmensos, a la altura de la oportunidad que supone un espacio de integración económica, social y de innovación de 220 millones de habitantes y un PIB de casi dos billones de dólares con una fuerte base cultural común.

Cuatro son los ejes programáticos en torno a los que se estructura la elaboración de la Agenda Digital:

  • La economía digital, entendida como una componente transversal indivisible de la economía global.
  • El ecosistema digital, elemento habilitante de la economía digital, con un marcado peso de la normatividad común.
  • El gobierno digital, llamado a permitir que las administraciones respondan adecuadamente y se anticipen a las necesidades de los ciudadanos.
  • Y la conectividad digital, sobre la que se sustenta todo lo anterior.

Los temas de debate fueron numerosísimos, enriquecidos por las diferentes perspectivas en juego cuando a la mesa están sentados los gobiernos, las entidades multilaterales, las asociaciones gremiales, las empresas de servicios tecnológicos, los grandes gigantes de Internet o algunos de los protagonistas de la economía P2P, como Uber o Airbnb.


Así, el mercado digital de la Alianza, el apoyo a la innovación y el emprendimiento digitales, la ciberseguridad, las grandes infraestructuras de telecomunicación, el capital humano, la neutralidad de la red, los servicios al ciudadano, los datos abiertos... todos los tópicos obligados cuando se discute sobre esta materia estuvieron presentes en el diálogo.

Más allá de los contenidos específicos de los que se dote a la Agenda y de la priorización que se otorgue a las diferentes políticas diseñadas, existen desafíos que, a mi juicio, son decisivos en el buen transcurrir de la misma.

Empezando por su diseño estratégico, que debe ser puesto al servicio del objetivo principal de la Alianza:

Impulsar un mayor crecimiento, desarrollo económico y competitividad de las economías de sus integrantes, con miras a lograr mayor bienestar, superar  la desigualdad socioeconómica e impulsar la inclusión social de sus habitantes

Es imprescindible evitar la creación de una agenda que sea la suma de agendas nacionales y que tampoco puede ser la suma de agendas temáticas en torno a los ejes programáticos definidos, ambos errores muy presentes en las políticas nacionales. La transversalidad y los esfuerzos compartidos deben tener una presencia marcada en la Agenda Digital.

Precisamente la transversalidad es otra de las claves. Transversalidad nacional y temática, como ya se ha indicado. Transversalidad público-privada, tanto en el diseño y ejecución de las políticas como en la consideración del impacto de las medidas: las fronteras entre lo público y lo privado, en el ámbito digital, son cada vez más difusas. Transversalidad temporal, en el sentido de que sean políticas de Estado, permanentes, no sujetas a los vaivenes de los gobiernos de turno.

En tercer lugar, la imprescindible armonización de normativas, políticas y estándares. Desde esquemas tributarios y medios de pago hasta regulación de servicios digitales y de creación de empresas; desde bandas de espectro y tratamiento de la privacidad, hasta espacios de cualificaciones profesionales y compras públicas de servicios.

Y, last but not least, la gobernanza de la Agenda Digital, la definición de los instrumentos multilaterales - financieros, regulatorios, institucionales - que marcarán la diferencia entre otro bonito documento y una política que pueda transformar la realidad social y económica de la Alianza del Pacífico. Un modelo de gobernanza, por cierto, en el que la presencia privada se me antoja esencial. Sin duda, un reto no menor a la vista de los cócteles institucionales asociados al desarrollo digital en alguno de los países miembros.

En fin, un apasionante desafío por delante. Un desafío que, de afrontarse con éxito, marcará una senda de transformación imparable en Chile, Perú, Colombia y México. De momento...