A los alcaldes sí les importa la tecnología (pero aún no lo saben)
Si buscáramos trasladar este mismo análisis a Latinoamérica,
con necesidades básicas todavía lejos de ser cubiertas en buena parte de los
casos, nos encontraríamos muy seguramente con la
misma cruda realidad: a los dirigentes políticos no les importa la
tecnología.
¿Seguro que no les importa?
Volvamos a echarle un vistazo al gráfico anterior. La principal
preocupación de los mayors es el
desarrollo económico. Y, si entramos a revisar el informe, vemos que dentro de
este apartado aparecen en las dos primeras posiciones la creación de puestos de
trabajo y la atracción de negocios.
Entonces, si no lo he entendido mal, en el mundo de la economía
digital, en el nuevo escenario laboral que perfila la
segunda era de las máquinas, la preocupación es enorme por los empleos, la
actividad empresarial y el crecimiento económico. Pero la tecnología solo asoma
allá por el vagón de cola. No está mal.
Esta desconexión entre el poder político y la nueva realidad
económica cotidiana que esculpe el desarrollo tecnológico tiene su ejemplo
paradigmático en la guerra del taxi: el empecinamiento en mantener un monopolio
conceptualmente obsoleto por obra de la tecnología, a cambio de no enfrentarse
al ruidoso lobby que lo respalda, no impide el
lento declinar de un tipo de negocio en extinción en menoscabo de la
calidad de servicio que reciben los ciudadanos. Lo decía ya muy bien Roger
Senserrich hace cinco años:
El patrón esencial de muchas reformas que deberíamos ver es, en esencia, muy parecido a una hipotética reforma del sector del taxi. Un grupo de interés atrincherado con ingresos protegidos que vive protegido de la competencia gracias a mala legislación.
Si en lo casi anecdótico observamos este inmenso desajuste
entre la visión del siglo XX y la realidad del XXI, no cabe extrañarse de que –
en lo verdaderamente estructural y esencial – ya haya quien habla de la nueva
crisis urbana: el actual
modelo de ciudades en el mundo desarrollado es una fuente de tensión
cada vez más relevante de desigualdad social e, incluso, de pérdida de competitividad
de las naciones.
Pero el desarrollo económico es solo una de las diez mayores
preocupaciones de los alcaldes estadounidenses. La seguridad ciudadana, la
educación, la infraestructura para el transporte, la energía y la salud – ámbitos
todos ellos que no pueden concebirse a estas alturas sin una base eminentemente
tecnológica – también desvelan sus noches, mientras vehículos
autónomos y robots repartidores empiezan a formar parte del paisaje urbano.
No, no es que a los dirigentes públicos no les importe
la tecnología. El verdadero problema es que no
saben que les importa, que les tiene
que importar. Por el bien de todos, más vale que se vayan dando cuenta
rápido…
No hay comentarios